¿Puede un maestro atraer tantas miradas como un premio Nobel? Si hay algo para reconocerle a la Fundación Varkey es que ha logrado con el Global Teacher Prize que esas figuras ignotas de las escuelas precarias y precarizadas de nuestros países salgan una mañana en 500 tapas de diarios de todo el mundo. Como estrellas, primero los 50 nominados, después los 10 finalistas y por último «el mejor de todos», recibiendo su premio de millón de dólares en Dubai.
El derecho a la educación es tan abstracto que cada vez que hablemos de él deberíamos ser más específicos para no caer en discursos vacíos. Entre otras cosas, se puede decir que implica el derecho a tener un maestro, pero no cualquiera: uno bueno. (¿suficientemente bueno, como la madre de Winnicott?). Esto es especialmente importante en un sistema como el argentino, donde los alumnos están completamente a su merced.
La Fundación Varkey decidió ocuparse de eso, y además de premiar al mejor maestro del mundo organiza eventos como el Transformando Escuelas 2019 que ocurrió hace quince días en Buenos Aires. Había más de 600 personas entre docentes, directores de escuela, políticos, empresarios, ONGs y prensa. «Varios sectores conversando juntos de educación», me explicó Agustín Porres, director para Latinoamérica.
Una de las primeras cosas que me interesó saber es si los alumnos y alumnas participan en la selección de sus mejores maestros. Tania Gil, una de las encargadas de recibir las postulaciones para después evaluarlas y corroborarlas, me explicó que cualquiera puede autopostularse o postular, así que no hay impedimento para que lo hagan los niños. Hay que entrar a la página www.globalteacherprize.org/es (llegaron a recibir 40 mil propuestas un año). «Los chicos o incluso sus padres también. Una vez pusimos un stand en una feria, pasó un grupo de chicos y postuló a un profesor. Al rato ese profesor pasó, le contaron lo que habían hecho y él se largó a llorar», recuerda Porres. Cuando una nominación avanza, consultar a los chicos no es parte del proceso, «aunque percibimos mucho cuando visitamos la escuela».
Entre los criterios de selección del mejor maestro del mundo los principales son: que tenga varias horas a cargo en una escuela formal, que su trabajo genere alto impacto en la escuela y en la comunidad, que sea replicable y que transmita valores tales como la ciudadanía, la solidaridad, el liderazgo, el encuentro con el otro y el trabajo en equipo.
Vamos, no voy a ser tan mezquina como para no alegrarme porque se premie, y con dinero, precisamente un recurso tan escaso en la profesión docente. Si hay otros para científicos, reinas de belleza, balones de oro para futbolistas que ya son millonarios, en fin, qué premio bien dado es éste. Lo que sí me preocupa es recurrir a la figura del héroe que nos salva, como para seguir alimentando la idea de que nada puede hacerse ni cambiar si no tenemos a un profe excepcional. Yo siempre voy a preferir mejorar el sistema, de manera tal que amortigue a los profes malos.
Este premio, me parece, es un lógico reflejo del sistema educativo en general, que se centra en las posibilidades y necesidades de los adultos que enseñan, pero muy poco en lo que los niños, niñas y jóvenes realmente necesitan y pueden aprender. Y también el reflejo de un esquema que sigue teniendo entre sus principales columnas los premios y los castigos: notas, faltas, amonestaciones, cuadros de honor, abanderados, «mejores compañeros¨.
Sunny Varkey, el multimillonario promotor del premio, explicó el día que lo anunció que sus padres inmigrantes indios eran profesores, que él los admiraba y respetaba mucho pero que veía con tristeza que el respeto por los maestros había ido en franca decadencia. ¿La nostalgia es buena consejera?
Pero hay otro dato que me interesa más que la nostalgia de Sunny. De la misión declarada de «que cada niño pueda tener un gran maestro» subyace un reconocimiento de las falencias de los maestros, que deben hacerse cargo de su responsabilidad por el enorme poder que tienen frente a niños y niñas en desarrollo. Yo creo que son falencias más estructurales, que no tienen tanto que ver con las personas: en Argentina muchas veces se elige la docencia como salida laboral relativamente fácil, en especial para las mujeres, las eternas malpagas y encargadas de los cuidados infantiles. Los salarios son peores que muchos otros con responsabilidades mucho menores. También las falencias de propósito y desactualización de un sistema que se creó para fortalecer la patria en ciernes y para producir empleados, con poco asidero en lo que la psicología, la biología y la historia de la pedagogía pueden decirnos hoy. Con escasos incentivos y reconocimientos de todo tipo, con una gran carga de burocracia que comprime el tiempo para el disfrute y la creación de grandes y chicos por igual.
Varkey no se define como filántropo de la educación, sino como un emprendedor. Primero montó su cadena de escuelas, GEMS, y más tarde decidió que quería hacer algo para devolverle el prestigio a los maestros porque sus informes indicaban que en los países donde tienen más reconocimiento los resultados educativos son mejores. Así, además del premio organiza eventos internacionales de visibilidad (Global Education and Skills Forum, Transformando Escuelas). Pero también el Programa de Liderazgo e Innovación Educativa, que financia asociándose con gobiernos y ONGs. Así lo conoció Mauricio Macri en Davos y en el 2017 desembarcó en Argentina con programas que en los últimos tres años se ejecutaron con 3870 docentes y directivos de 1973 escuelas de Salta, Jujuy, Corrientes y Mendoza.
En el Transformando Escuelas 2019 me dediqué a recorrer los más de 30 eventos simultáneos y hablar con las personas en los pasillos. Las mismas preocupaciones flotaban en el aire: la falta de confianza en sí mismos de los profesores y directivos, la poca o mala comunicación entre los miembros de la comunidad educativa: el clima escolar, una frase de moda. También la heterogeneidad, otra palabra de moda que en cristiano significa algo tan obvio como que todos somos y venimos de lugares diferentes, o las escasas oportunidades de formarse y trabajar en red con otros. Los y las docentes con las que hablé elogiaron el programa de Varkey por darles herramientas reales y hablaron bien de la iniciativa de Red de Escuelas de la provincia de Buenos Aires porque les permitió mantenerse conectados entre los distintos territorios.
Conocí una terapista ocupacional y madre de tres hijas un poco cansada de trabajar con niños en consultorio lo que después sabe que las escuelas no pueden ofrecer. Me crucé con Pablo Pera, uno de los referentes de la pedagogía sistémica en el país, con el docente rural Aldo Román (cuya tarea pueden conocer acá en el blog Yoquesé) y con Martín Salvetti, uno de los 10 finalistas, de La Matanza, que creó una radio en 2001 y mejoró la comunicación dentro de la escuela. Él me confirmó que aunque no ganes el premio, el coletazo no es nada despreciable. «Por lo pronto yo logré que hoy acá conmigo vengan mis alumnos y sus familias, y eso es muchísimo». La visibilidad, también me confirma, no siempre viene acompañada por el reconocimiento en recursos por parte de las autoridades. Su radio se financió con organizaciones privadas que él sigue nombrando.
También recorrí los stands que en otra época hubieran sido de empresas editoras de manuales pero que hoy muestra exclusivamente materiales didácticos tangibles y aplicaciones digitales de todo tipo. Incluso una que podés programar a demanda para lograr la habilidad que quieras promover en tus alumnos. Me metí en la cápsula de VOCES #todoscuentan, donde después de escuchar la consigna «¿Recordás a tu escuela como un lugar de crecimiento y sostén?» te sumergís en 7 minutos de audios de chicos y chicas, jóvenes y adultos que por distintos motivos se sintieron humillados o rechazados en la escuela. Algunos de ellos, con discapacidad.
En la presentación inicial del evento con cuatro ministros de educación de distintas ciudades latinoamericanas conocí al de Medellín, Luis Guillermo Patiño Aristizábal. Contó cómo al iniciar su gestión decidió recuperar para la red pública un grupo de escuelas que eran financiadas por el Estado pero gestionadas por privados. Al principio vivió una gran resistencia de las familias y al final de los dos primeros años desde el cambio recuperó su apoyo. Hoy volvió a recurrir a los privados pero no para la gestión escolar sino para financiar el proyecto de educación complementaria, algo así como la jornada extendida que algunos sectores quieren implementar en el sistema de gestión estatal de Argentina.
Un bonus track para mí fue conversar con Victoria Vega, la responsable gubernamental directa de las Escuelas Generativas de San Luis. Ya la había entrevistado por teléfono pero aproveché para conocernos y seguir sacándome las dudas sobre este caso único en Argentina. Junto con la ministra de Educación Paulina Calderón sostienen una especie de red paralela de escuelas que no se someten a las inspecciones comunes, no son graduadas, trabajan en proyectos y tienen evaluaciones formativas, no numéricas. Cuentan con el respaldo directo del gobernador de San Luis, que según cuentan ha dicho varias veces que la escuela no debe ser una cárcel sino un lugar de libertad y juego.
Son 24 y tienen 3000 alumnos en total. Cada escuela tiene autonomía para elegir a sus docentes y su orientación pedagógica, suelen ubicarse en clubes de barrio con poco uso y abren sus puertas todos los días. Ya tienen 3 camadas de egresados y ahora se sumó la primera escuela técnica del sistema provincial tradicional que «se pasó de bando». Paulina me confirma que sí, que al principio hubo resistencias, que venían mayormente desde adentro. Que muchos directivos temieron perder matrícula por la competencia, pero que hoy ya se amigaron porque vieron que la amenaza no era real. Este sistema también permitió que se abran secundarios en lugares donde no había, por iniciativa de la propia comunidad.
Lo curioso en este país de las maravillas es que las escuelas generativas son la demostración de que el propio Estado se declaró incapaz de derrotar a su burocracia escolar. Tuvieron que legislar un sistema diferente que convive con el tradicional para dar autonomía y flexibilidad que las escuelas usan para poder ser diferentes, adaptarse a cada alumno, a cada contexto y a la deserción.
Así, no están supervisadas por la red habitual de inspectores sino que reportan directo a la Secretaría de Innovación. Sin embargo, no pudieron ganar todas las batallas. En las escuelas generativas no se evalúa con nota, sino con informes, autoevaluaciones y métodos que pueden decidir en conjunto profesores y alumnos, pero finalmente tienen que pasar todo a números para adaptarlo a las planillas oficiales que les permiten entregar los títulos. Un déjà vu de mi primera conversación con Ginés del Castillo, director de la Escuela de la Nueva Generación La Cecilia, la única democrática que entrega títulos oficiales en el país. Que tardó décadas explicando y pidiendo al ministerio de Santa Fe que adecue las planillas de evaluación a su propuesta para que la educación integral que ofrece tenga realmente sentido.
¿Cuánto, cuánto más falta para pasar de las políticas del discurso a las de la acción, de lo hueco a lo tangible? Como el Multiplano de todo uso que el profesor de Matemáticas brasileño Rubens Ferronato inventó para que sus estudiantes ciegos mejoraran su aprendizaje y consiguieran mejores trabajos. Y que, claro, después usó para todos. O como los Arduinos que la profesora Débora Garófalo y sus alumnos pobres de San Pablo rescataron de la basura para hacer robots.
Texto de Dolores Bulit
Fotos de Dolores Bulit y Fundación Varkey
1 Respuesta
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