Virginia Blaistein. Flor de Juego y Creanza (Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina).
«Maturana me enseñó con claridad lo que es un ser vivo. Nunca ningún profesor ni ningún texto me explicó con tanta contundencia y de manera tan confiable la capacidad que tenemos de hacernos a nosotros mismos. Que yo lo traduzco en confianza, en lo vital. Aprendí su definición del amor, esa capacidad de todo ser vivo para seguir estando vivo que es la aceptación incondicional de un legítimo otro. A mí me abrió un panorama y un mundo en lo personal, en la aceptación de la diferencia con mis hijes, mis parejas, mis compañerxs de trabajo, para empezar a mirar a los otros y a mí misma con mayor respeto. Me hizo juntar el respeto y el amor como dos caras de una misma moneda. Si bien su modo de decir era un poco críptico, era cerrar los ojos y sentirlo danzar en el lenguaje. Lo que llamó «lenguajear». Lo incorporé como bibliografía base de mis talleres de «Creanza» y de «Ser para educar». Parece que tanto él como Claudio Naranjo, Violeta Parra, Salvador Allende, son chilenos cuyas palabras, cantos y la persistencia en una idea de ser mejores personas se colaron por la cordillera y llegaron hasta nosotros, de este lado. Lo agradezco enormemente. El decía siempre que la no-vida es la quietud. Su cuerpo está quieto ahora, pero sus palabras seguirán acompañándonos con la vitalidad de siempre».
Ginés del Castillo. Escuela de la Nueva Cultura La Cecilia (Monte Vera, Santa Fe, Argentina).
«Decir que nos dejó Humberto Maturana es como negar el espacio de la biblioteca que ocupan sus libros, las citas desparramadas en tantos textos propios y ajenos, la memoria de sus aportes a tantas comprensiones de esta realidad que construimos entre todos y todas.
Alguien me prestó, un día ya lejano, un libro de Maturana, lo que me motivó a buscar otras obras de este autor, atravesando su lenguaje hermético y encontrándome con un mundo de conceptos que se trasladaban desde la biología a la educación, al vivir en sociedad, a la crítica al patriarcado y al sentido de lo humano. Para ser honesto, también me choqué con anécdotas contadas por él mismo relacionadas a un encuentro con el dictador Pinochet, que revela un posicionamiento político que aún intento comprender a la luz de su obra.
Es muy difícil leer a Maturana sin trasladar sus conceptos a nuestras propias estructuras conceptuales, de modo que lo que cuento y cito debe tomarse en ese sentido, que tal vez él hubiese calificado de “autopoiético”. De esta manera, adoptamos el concepto de autopoiesis extrapolándolo a nivel psicológico, y diciendo que podemos cambiar los efectos de los estímulos externos sobre nosotros y nosotras modificando nuestra estructura. Y es muy divertido escuchar a alumnos y alumnas decir: “eso es autopoiético!” cuando alguien se siente afectado por algo que no incomoda a otras personas.
Otro de los conceptos que tomamos de Humberto Maturana tiene que ver con lo que constituye el cambio, lo cual era muy importante para una escuela como la nuestra, que se proponía algo nuevo. Entendimos que cuando se quiere cambiar algo, se piensa que hay que poner algo nuevo, pero es lo que se mantiene lo que produce el cambio a su alrededor, algo así como una piedra fundamental en torno a la cual se estructura una construcción. En sus palabras:
“Cuando en un conjunto de elementos comienzan a conservarse ciertas relaciones, se abre espacio para que todo lo demás cambie en torno a las relaciones que se conservan.”
“Si un colegio se preocupa principalmente de formar niños que se respeten a sí mismos, capaces de actuar desde sí mismos, que aprendan a ser ciudadanos conscientes y responsables, todo va a cambiar en torno a esos objetivos.”
Aunque formado en la biología, sus palabras sobre educación nos resultaron aportes muy importantes, en consonancia con nuestros propósitos:
“La educación debe consistir fundamentalmente en un espacio de convivencia en el cual alumnos y profesores conformen un lugar de encuentro, acogida y respeto mutuo.”
“La educación es un fenómeno de transformación en la convivencia en la que uno no aprende una temática, sino que aprende un vivir y un convivir. Es decir, aprende una forma de ser humano.”
Así, su obra está repleta de apreciaciones sobre la educación en un sentido amplio y también sobre las escuelas mismas, como ámbitos que posibilitan otras relaciones muy especiales.
“El colegio ofrece dimensiones relacionales que el hogar no tiene, pues actualmente es más mundo que el hogar…hay más niños, adultos y espacios y hay otros aspectos de la vida ciudadana que sólo son accesibles desde allí.”
Y sus ideas sobre la competencia, sobre la libertad de aprender lo que uno quiere y negarse a lo que no le gusta, sobre la enseñanza o aprendizajes en valores, alumbran un camino que hoy recorren muchas nuevas experiencias educativas.
“La felicidad está en la armonía del vivir con un sentido de respeto por sí mismo y por el otro. Se trata de crear espacio para la felicidad, para la realización mutua, en el respeto y la colaboración.”
“La tarea más importante de la educación es crear convivencia en la confianza, vivir los valores y hablar de ellos cuando sea estrictamente necesario.” “Los valores no hay que enseñarlos, hay que vivirlos.”
“…en el momento en que uno se forma como estudiante para entrar en la competencia profesional, uno hace de su vida estudiantil un proceso de preparación para participar en un ámbito de interacciones que se define en la negación del otro bajo el eufemismo: mercado de la libre y sana competencia. La competencia no es ni puede ser sana porque se constituye en la negación del otro.”
Pude encontrarme con él personalmente en dos oportunidades, una en Santa Fe, en el año 2016, cuando pude conversar brevemente con él y apreciar la calidez de su trato y su mirada atenta y curiosa; posteriormente lo encontré en Santiago de Chile, en 2019, en el cierre del Encuentro de Nuestra América.
Sigo encontrándome con sus libros en mi biblioteca, en mi escritorio y hasta en la mesa de noche, y no puedo evitar hurgar otra vez entre sus páginas, sabiendo que siempre habrá algo que permanecerá oculto a mi entendimiento».
Ignacio Carrasco. Escuela Internacional de Bienestar Cultural (Santiago, Chile).
«Qué decir… Quizás hablarte un poco, decirte públicamente lo que no se pudo personalmente. El día que te fuiste se me ocurrió abrir una sala y hubo amig@s desde Puerto Rico hasta acá y del pacífico al Atlántico. Sentimos tu partida, pero nos unía la felicidad de poder realizar lo que tod@s de una u otra forma sentimos aprendimos de la mano de tu palabra: conversar.
Nos hablamos, conversamos, nos regaloneamos como nos embelesaron los primeros abrazos materno-paternos. Qué grato es volver a sentirnos en casa, en el fuego colectivo, en el candor milenario que nos regala la larga evolución. Así te homenajeamos: risas, llantos y recuerdos, en el día que decidiste partir. Gracias querido amigo maestro, por tanto.
El día ha sido de recorrer tantas imágenes, momentos, palabras, sentires. Cuando te conocí, me ayudaste a distinguir que la realidad no era tal. Biológicamente, tod@s habitamos mundos diferentes. Toda búsqueda de la «verdad» es un recorrido personal y el deseo de tener la «razón» una forma de imposición. Me costó mucho asumirlo. Llevarlo al cuerpo. Pero lo deseé hacer. Demoré años en visualizar lo difícil de vivir cotidianamente aceptando estas premisas fundamentales.
Finalmente, he dedicado mi vida a trabajar por una educación que abra caminos para que la naturaleza de la vida se plasme y con ella la naturalidad de aceptarnos sin límites, lo que implica el máximo desafío para nosotr@s docentes, que venimos de una historia cultural ligada a la razón.
Deseo que tu partida, tu ejemplo, tu enseñanza, favorezcan nuestra interioridad, la escucha de nuestro propio camino, el encuentro con nuestra raíz autopoiética esencial y logremos soltar todas las certidumbres que amarran y coartan. Que podamos hallarnos como seres libres de prejuicios, de preconcepciones y ataduras para alimentar el fuego candoroso del amor entre les humanes. Faltarán siempre palabras y gestos para agradecer tu aporte. Gracias, gracias, mil gracias… Haberte conocido y haber podido co-inspirar junto a ti, ha sido uno de los más invaluables regalos de la vida.
Descansa en paz, querido amigo, que aquí seguiremos alimentando la llama».
Sobre Humberto Maturana
Premio nacional de ciencias en Chile, su país, se autodenominaba «biólogo cultural». Sus escritos y teorías inspiraron por eso mismo a muchos educadores en busca de entornos de aprendizaje más integrales. Fundó junto a Ximena Dávila «Matríztica«, y tras su muerte, la Ministra de Cultura chilena lo recordó como uno de los colaboradores teóricos de los Centros de Creación (CeCrea), un programa cultural del Estado que promueve el derecho de niños, niñas y jóvenes a imaginar y crear desde las artes, ciencias, tecnologías y sustentabilidad.
Foto de portada: CeCrea Chile.
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