Fernando Zizzias preside la Cámara de Escuelas Especiales de la ciudad de Buenos Aires, que tiene 25 miembros, y en los últimos tiempos se ha convertido en su vocero y defensor público. Es que el paradigma de la inclusión escolar, con todo lo bueno que tiene en la teoría, demuestra fallas en la práctica. «La escuela especial es inclusiva», asegura.
Llegó a ese rol institucional luego de hacerse cargo de la escuela especial que había fundado su mamá, maestra normal primero y diferencial después (como se decía en los años ´80). Dedicado en realidad a la publicidad y la comunicación, dejó atrás 15 años en España para volver al país y ayudarla con la gestión. En 2016, con la salida de la resolución 311 del Consejo Federal de Educación, el sistema argentino se alinea con la inclusión educativa que exige la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, con jerarquía constitucional en nuestro país.
La resolución exige derribar las barreras y hacer los ajustes razonables para que esos chicos con diversas enfermedades y diagnósticos puedan estar en el sistema educativo, aclarando que “tienen prohibido rechazar la inscripción o reinscripción de un/a estudiante por motivos de discapacidad, que, de forma directa o indirecta, será considerado un acto de discriminación”.
Sin embargo, para Zizzias, la verdadera discriminación de la discapacidad y la neurodiversidad ocurre cuando las escuelas comunes no están a la altura de las necesidades de los chicos y sus familias. Casi 10 años después, a la escuela especial donde hoy es representante legal, la mayoría de las familias llega luego de haber probado sin éxito una escuela común. “Decir como dice esa normativa que la discapacidad es una construcción social, es una gran confusión. Niega cualquier relación entre salud y educación, que en estos casos es evidente”, me dice una mañana mientras recibimos a chicos y chicas a la Escuela Especial Jorge Newbery en el barrio de Belgrano.
La escuela fundada por su mamá sigue activa en el barrio de Saavedra, pero él llegó a ésta cuando en 2021 lo llamaron porque la dueña había fallecido y la decisión del viudo era cerrar. Hoy alterna los trámites administrativos de los maestros y terapeutas, el mantenimiento de la casa y las relaciones con el ministerio de Educación, las obras sociales y la Agencia Nacional de Discapacidad con reuniones en el Senado para pedir, junto a todo el colectivo, la actualización del nomenclador de las prestaciones. Además, en su cuenta de Instagram dialoga con padres y madres que pasaron por la escuela común y hoy encuentran alivio en la escuela especial.
“Cuando volví a la Argentina en 2017 descubrí que había un discurso de demonización de la escuela especial: que era un lugar malo donde los chicos no aprenden. Pero yo desde chiquito sabía que todo eso era mentira, veía la realidad de la escuela especial de mamá y la veía en casa estudiando y especializándose. Empezó el miedo a que las cierren porque todo el mundo iba a poder ir a la común. Pero pasó al revés, porque en el fondo es una gran contradicción, y desde 2017 duplicamos la matrícula”, explica.
“Nosotros no estamos en contra de la inclusión, pero no somos ingenuos. Y muchos padres llegan después de haber hecho el duelo de que sus hijos no pueden estar bien en una escuela común. Hay un discurso de romantización de la discapacidad, de la psicología positiva, pero la realidad es que no hay dos situaciones iguales, y las necesidades no sólo varían de chico a chico, sino que además van cambiando dentro de un mismo año”, enfatiza.
Recorremos las aulas, en las que conviven siempre dos adultos y no más de seis nenes y nenas de entre 6 y 13 años. Las maestras los conocen y saben cómo ayudar a cada uno con sus fortalezas y debilidades. El proyecto pedagógico de esta escuela está enfocado en los vínculos, porque creen que es la forma para lograr la comunicación en una matrícula donde la gran mayoría no puede expresarse de manera verbal. Sus contextos de vida y sus intereses particulares son bien conocidos por las maestras y terapeutas, que los aprovechan para afianzar el vínculo.
El rol social de la escuela especial
Estas escuelas cumplen un rol social que las comunes no pueden: son aliados y ciudadores, además de guías, porque hay un equipo terapéutico presente en todas las actividades que las ayudan a sacar el mejor provecho de las trayectorias de aprendizaje y trabajan en conjunto con los terapeutas extraescolares. El vínculo con la familia es primordial y cercano.
“Mi lucha es contra la demonización y el cierre de las escuelas especiales, y ahora se suma el financiamiento del sector de prestaciones a personas con discapacidad. Son distintas, aunque ahora todo el mundo esté concentrado en el tema económico. Antes nos teníamos que arreglar nosotros con el sistema de salud, éramos el cortafuego y era difícil convocar a las familias. Pero ya es totalmente insostenible, y hoy muchas comprendieron y nos apoyan haciendo actividades para recaudar fondos”, me cuenta mientras recorremos el patio.
“Bajo el slogan de la inclusión plena está la fantasía de poder trasladar el trabajo de la escuela especial a la escuela común. Que es como intentar enseñar cirugía en la facultad de Derecho, donde no hay quirófano ni especialistas. Es muy difícil luchar contra eso porque son ideologías, creencias, deseos, que están alejados de las verdaderas necesidades de las personas con discapacidad”, opina. También cree que detrás de la inclusión escolar hay desidia: es más fácil para funcionarios de escritorio forzar el cumplimiento de la normativa dentro de la escuela común, donde no hay equipos terapéuticos, ni salas de psicomotricidad, ni baños con cambiadores ni maestras especiales permanentes.
Aunque en las escuelas especiales también hay grados, existe la flexibilidad y la permanencia, también demonizada. La reforma curricular de CABA también permite los interciclos y los reagrupamientos flexibles.
Lo cierto es que la mezcla de edades, la diversidad curricular dentro de una misma sala y la educación personalizada no son nuevas para quienes conocemos cómo trabajan las diversas escuelas alternativas. Las escuelas especiales, en los hechos, lo son. Opciones válidas que deben ser legitimadas por el bien de los chicos y sus familias.
La directora y la secretaria me explican que, aunque el curriculum es similar al de la escuela común, para agruparlos se contempla primordialmente lo conductual, lo social y la etapa de aprendizaje en la que están. También me cuentan que la relación con las supervisoras es buena, porque en esta modalidad se entienden mejor las “innovaciones” y la flexibilidad, algo que no siempre pasa en la común.
Capacitación
Les pregunto si hay corrientes preferidas dentro de la formación y el ejercicio de la docencia especial. Me cuentan que la línea pedagógica de la escuela está centrada en lo vincular, pero que tanto docentes como terapeutas eligen formaciones diversas, desde el centralismo neurológico hasta lo emocional o lo más conductista.
También me cuentan que cuando empezaron a llegar niños y niñas con autismo sentían que les faltaban herramientas, así que se actualizaron. “Pero una cosa es que esa capacitación la tome una maestra común a que la tome una maestra de educación especial con años de práctica y experiencia. A la maestra especial le sale naturalmente querer saber más y sentarse con el equipo y ver cómo encontrarle la vuelta”, opina Zizzias. «Además, ese equipo interdisciplinario formado por psicóloga, psicopedagoga, psicomotricista, trabajadora social, terapista ocupacional, fonoaudióloga y musicoterapeuta está en la misma escuela. Conoce en profundidad a cada chico y a cada maestra, con lo que todo abordaje es enriquecedor. Si estos equipos de orientación se disolvieran y fuesen a ver a niños que están en escuelas comunes, el resultado no sería tan bueno porque estaría disgregado».
¿Cómo manejan las expectativas de las familias con respecto al aprendizaje cognitivo, que es lo que más atrae del paradigma de la inclusión en la escuela común? “Se trabaja caso por caso, y nunca pronosticamos, porque eso sería poner un techo desde el principio. Después de muchos años uno desarrolla un ojo clínico, sí. Pero nos está pasando que vienen del “fracaso escolar” y social, de tanta frustración, que las expectativas de los papás se reducen y quieren que al menos estén bien, que salgan bien. Prácticamente llegan desahuciados y al mes les cambia todo. Empiezan a ver cambios y logros en la casa, sus hijos pueden sentarse a comer en la mesa, o ya no tiran los muebles, o dejan un exceso de terapias que no les estaban sirviendo. Hacemos talleres de padres, y ahí es donde donde escuchamos mucho la necesidad y tratamos de orientar, porque somos su punto de apoyo”, me cuentan.
Les pregunto qué necesitarían si pudieran soñar. Espacio, me dicen, sin dudarlo. Una sala de psicomotricidad. Es que 50 niños y 32 adultos conviven en un casa de barrio, como las que albergan a la mayoría de las escuelas especiales, edificios que no fueron pensados para el uso que se les da, con barreras arquitectónicas difíciles de revertir.
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