«Bien o mal, ayudamos a mucha gente a realizar sus fantasías educativas» (mi adiós a Tierra Fértil)

Por Dolores Bulit

Hace dos años que quiero escribir esta nota. Para despedir a Tierra Fértil, ese proyecto educativo que iniciamos varias familias en el quincho de casa, en 2013, y que dejó de existir como tal a fines de 2020. No es que me cueste, sino que quisiera encontrar las palabras perfectas. Mejor dicho, las más precisas. Las que más se parezcan al carrousel de emociones que viví durante los seis años en los que fui parte.

Tratá de imaginarte. Tenés un hijo y te vuela la cabeza todo lo que trae a tu vida. Que no se parece en nada a lo que aprendiste o te enseñaron, porque nadie te habló de vulnerabilidad extrema, de los cuidados, de aprender haciendo, de la importancia de los vínculos, de la madurez emocional, de la responsabilidad que poco puede compartirse.

A medida que ese tesorito va creciendo, hacés mecánicamente lo que hacen todos: buscás jardín o escuela, porque eso es lo que llaman educación. Hasta que una mezcla explosiva de intuición, curiosidad e inconformismo te muestra que hay gato encerrado. Que la escuela no tiene por qué ser un plomo y que el hecho de que la mayoría haga las cosas de una manera, no significa que sea la mejor. Los foros de crianza, las charlas en la plaza y toda la potencia de Internet me llevaron a descubrir que a la hora de educar no hay una única opción.

Sin embargo, hace diez años, el mundo real pesaba más que el virtual; las cosas se hacían en persona. Así que organicé el ciclo de charlas «Otras miradas sobre la infancia y el aprendizaje», con referentes de distintas miradas pedagógicas, en centros culturales de mi zona. Con la idea de compartir el conocimiento con otros y la esperanza de encontrar un grupo de madres y padres dispuestos a crear un espacio de aprendizaje que, en ese momento y lugar, parecía una utopía.

No lo fue. Tierra Fértil era pura realidad: madres, padres y docentes de carrera desaprendiendo para volver a aprender. Construyendo cada día sobre arena movediza: falta de experiencia, de formación, de tiempo, con recursos escasos y siempre bajo sospecha. Del barrio, de nuestras propias familias, de académicos, docentes o funcionarios a los que intentábamos acercarnos. Para contarles que nosotros simplemente intentábamos hacer todo eso que decían en las teorías, frases y libros apasionantes que proponen una mejor educación.

En principio, nos unía un gran deseo común: que nuestros hijos e hijas siguieran jugando más allá del jardín. Al aire libre, en diferentes lugares, con referentes diversos. Que pudieran aprender así, tal cual su naturaleza infantil, moviéndose, tocando, imaginando, construyendo. Decidiendo juntos las pautas de convivencia, ordenando y limpiando los espacios comunes junto con nosotros, los adultos.

Con el transcurso del tiempo, los consensos no eran sencillos. El fantasma de la escuela ronda sobre nuestras cabezas y las expectativas de cada cual giraban hacia lados diferentes. No tenemos un gurú, un método, un director o un organismo que nos valide. Al interior de nuestras familias, también se tejen y destejen sensaciones y desazones.

Pero seguimos. Simplemente porque los vemos a ellos y ellas reírse, brillar, jugar y concentrarse por días en diversos intereses. Resolver conflictos de una forma diferente a como lo hacíamos nosotros en nuestras casas, escuelas o trabajos. Los vemos aprender música, idiomas, tecnología, técnicas, a leer y escribir, a calcular, a buscar en el mapa. Sin ir a clases, sin sacar notas, sin usar manuales ni dividir el mundo en materias. Y eso, por lo menos a mí, me maravilla hasta las lágrimas. Empiezo a pensar que todas esas cosas que en Educación se pintan como utopías, son realmente posibles.

Vamos comunicando y mostrando lo que hacemos en esta página de Facebook, con las puertas abiertas a visitas. Porque soñamos con ser replicados, con que las comunidades se auto-organicen para educar a escalas más humanas. De a poco, llegan a conocernos desde distintas provincias, incluso de otros países. Cuando muchos empiezan con el «jardincito», somos casi los únicos atrevidos que ejercemos la educación libre, democrática, el unschooling, con mayores de seis años. Sabemos que se habla de nosotros en las reuniones regionales de las autoridades escolares. Mejor, porque no nos ocultamos.

Somos pequeños y, salvo una ola de suerte que duró poco menos de dos años, seguimos siendo pocos hasta el final. Pero nuestros descubrimientos son gigantes. Tres de las primeras familias resistimos, y llegan Caro y Bárbara para revitalizar los últimos años.

En 2018, para mí se cierra el ciclo. Los adolescentes no tienen pares en el proyecto, yo tengo poco resto para seguir sosteniendo junto a otras familias ese espacio. En diciembre, Vito rinde libre el último año de Primaria en Buenos Aires. Desaprueba, y finalmente lo logra en marzo de 2019. Va a probar la escuela para, a pedido mío, decidir él mismo cómo quiere seguir educándose.

Ser madre y crear Tierra Fértil fueron las cosas más importantes y radicales que hice en mi vida. Disfruté intensamente, como siempre que vivo una aventura. Sufrí. Aprendí mucho. Sé que inspiramos a mucha gente y eso me llena el alma para siempre.

A diferencia de las instituciones legitimadas, los espacios educativos gestados a demanda por sus comunidades tienen eso que parece ser una desventaja, pero que visto con lupa es razonable. Nacen, crecen, se reproducen y mueren. Y dejan el recuerdo o el ímpetu en quienes quedan. Como el ciclo de desarrollo vital que queremos acompañar respetuosamente.

Estar a resguardo de la rigidez institucional nos permite estar bien despiertos, con lo bueno y con lo malo. Ajustarnos a los cambios, los fracasos, las renovaciones, la inestabilidad y las alegrías efímeras y enormes que nos enseñan. Limpiar nuestros pisos, pagar el alquiler y los gastos, hacer nuestra comida, compartir y comprar juntos los materiales que nuestros hijos necesitan, cuidarnos mutuamente, cubrirnos, adaptarnos y adecuarnos, sentirnos también vulnerables y solos. Es lo que aprendemos como adultos y lo que nuestros hijos naturalizan como su educación. Para ellos, así es la escuela.

Para mí, Tierra Fértil fue la educación que elegí para nuestro hijo, coherente con quiénes somos y cómo vivimos. Ayer y hoy, digo lo mismo: hice lo que para mí había que hacer. A veces cuesta arriba, y otras fluyendo y deleitándonos de maneras extraordinarias.

Para muchas de las personas que nos conocieron, fue un hito en sus vidas. Fuimos audaces, me dijo Gabriela. Respetamos y dimos amor de manera simple, me dijo Milagros. Inspiramos a otros proyectos a superar la “barrera” de los seis años. Llevamos un respiro a niños y niñas atormentados por la escuela y sus pretensiones. A docentes de escuelas convencionales mostramos que era posible configurar otros espacios y tiempos para aprender. Que lo que habían leído existía, no muy lejos de su barrio o su ciudad.

Fuimos el espejo donde muchas docentes convertidas en madres pudieron cuestionarse el futuro educativo de sus bebés. Y también, claro, ayudamos a muchas familias a probar y definir mejor qué es lo que estaban dispuestas a hacer en relación a la educación de sus hijos. Con portazo o con abrazo, bien o mal, ayudamos a mucha gente a realizar sus fantasías educativas.

¡Qué lindo haber pasado por un pedacito de su infancia! Ojalá que algo de la garra y el amor que le pusimos a Tierra Fértil haya quedado en ustedes. Los nombro para no olvidarme nunca. Vito, Antonia, Facundo, Luzmarina, Danko, Noah, Adrián, Lucio, Nehuén, Llacolén, Corel, Violeta, Facu, Nina, Benicio, Marco, Tadeo, Justo, Anush, Ambar, Raffi, Abril, Samuel, Olivia, Cristal, Astor, Milo, Tomás, Lilith, Camilo, Sirio, Gaia, Santi, Juana, Mora, Trinidad, Francisca, Simón, Tiago, Simón, Juan, Cirio, Nicolás, Solar, Indaia, Nacho, Tobías.

Mirá el video que dramatiza un día típico en TF: https://fb.watch/doNuxnjp2F/

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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3 Respuetas

  1. Dora Susana dice:

    Hermoso recuerdo! Como vos decís esos proyectos siguen vivos en quienes transitaron por ahí.
    Te entiendo porque en mí casi yo acompañé proyectos similares acá en Córdoba y dos de ellos también tuvieron que cerrar.
    No hay que bajar los brazos y llevar lo que estamos seguras es una nueva forma de educar a todos los lugares que haya.
    Me gustaría mucho encontrarme con vos y compartir ideas

  2. Carlos Cristófalo dice:

    Qué lindos recuerdos! Imposible llegar al final sin emocionarme. Gracias por haber creado TF para nuestro hijo, Vito. En TF aprendimos mucho más los adultos que los niños. Gracias!

  3. Haydée dice:

    Dolores tuve el placer de conocerte en encuentro en Chapadmalal, junto a otros sembradores de utopias, una de ellas mi huja con botellas en el mar.Mi nieto mayor hizo y completó su etapa de formación primaria en libertad y el resultado ha sido más que positivo, decidió iniciar educación secundaria formal, dobre todo necesitaba gormar parte de grupo con pares, descubrió que su formación » informal » lo ha hecho llegar a esta etapa capacitado y con una untelugencia emocional no común.
    Tu tarea ha sido inspiradora y seguro hay muchas semillas que seguirán germinando, tratando a los niños con respeto y amor
    ¿ hay acaso mejor forma de educarlos?