Les voy a contar la historia acerca de cómo Vito aprendió inglés. Iba a hacerlo más adelante, porque la veía como uno más de sus aprendizajes, pero me di cuenta de que ilustra muy bien cómo funciona eso de aprender varias cosas siguiendo un interés en particular. Y también, cuál es el rol de los que acompañamos a los que aprenden sin seguir un curriculum determinado.
Ahora, para ser honesta, acompañar a un niño o niña que aprende siguiendo sus intereses da mucha fiaca. Requiere paciencia, mucho tiempo -que con criterio adulto podría parecernos perdido- y una actitud de disponibilidad permanente. Y aclaro que esto último no significa vivir bajo las órdenes de un tirano, sino tener siempre esa actitud consciente del rol que tenemos como educadores las 24 horas del día.
La cronología fue más o menos así. Cerca de sus 8 años descubrió la versión gratuita de un juego online que se llama Scribblenauts. No me pregunten cómo. Supongo que, como la mayoría de los chicos, se los recomiendan entre ellos, están de moda o los descubren por casualidad. En ese juego se maneja un personaje en una escena a la que se le pueden agregar todo tipo de objetos de la vida real. Para que se materialicen hay que escribir sus nombres en inglés y ¡plop!, aparecen.
Poco tiempo después, hablando con otras madres amigas de crianza, dos de ellas viviendo en EE.UU., me enteré de la existencia de Duolingo y otros programas similares, donde se aprenden idiomas jugando y avanzando niveles según el propio ritmo. Acá intervine directamente y le pedí que lo probara y lo usara. Le gustó al principio, y más o menos un año después de usarlo un promedio de una hora semanal, se aburrió.
En paralelo –porque la línea histórica del tiempo es en realidad una red- empezó a escuchar más música e interesarse por las letras de las canciones. En casa no se escucha mucha, pero cuando hay, es en español, inglés y a veces portugués. Así, sin haber ido jamás a una clase, empezó a tararear en otro idioma.
Antes de sus 8 años habíamos probado la posibilidad de ver las películas en su idioma original. Pero él quería entenderlas bien, así que no lo forzamos. Teníamos la experiencia de sobrinos y compañeros de Tierra Fértil que habían aprendido así, con sus padres también hablándoles en inglés o alemán. Era tentador, pero decidimos no imponerlo.
La necesidad de ir aprendiendo otro idioma ya estaba instalada, flotando bien cerquita de sus intereses cambiantes. En ese punto, más o menos, apareció su curiosidad por los ninjas (Naruto tuvo mucho que ver), el parkour, las armas antiguas y después las pistolas de juguete marca Nerf (ojalá hubieran sido los planetas, los bichos, los dinosaurios, pero no: me tocaron las armas). Así que un día lo llevé al Museo de Armas en el microcentro porteño, donde estuvimos un largo rato. También le compré una enciclopedia de armas antiguas, que están catalogadas según épocas históricas. La salida a librerías, más o menos cada dos meses, es parte de nuestra rutina.
Pero volvamos a las Nerf. El padre, que viaja cada mes por trabajo, le trajo una. Ahí empezó a jugar y mirar Youtubers. Y, evidentemente, los mejores que fue encontrando sobre ese tema hablaban en inglés. Hoy, hasta yo le tengo cariño a Captain Xavier, Beret y a un pelado cuyo nombre no me acuerdo. Lo que sí me acuerdo de él es que se salvó de un accidente de avión y se puso a jugar con Nerf con otros adultos en el jardín de su casa para superar el estrés postraumático.
Empezó a mirar larguísimos videos de unboxing (cuando abren un producto nuevo y lo comentan), reviews, nerf arenas y hasta un documental. Después dio un pasito más. Se entusiasmó con las mod (modificaciones) y tuvo que ver videos sobre cómo desarmarlas y mejorarlas. Pusimos una mesa a modo de taller y adaptamos parte de una pared para que pudiera tenerlas a la vista.
Este acompañamiento incluyó varias investigaciones sobre materiales, como tubos de pvc de distintos diámetros, adaptadores y accesorios metálicos, tipos de pegamentos. Recorridas por ferreterías de la zona y charlas con los vendedores. Esta aventura tuvo su punto culminante ayer, en la ferretería del pueblo norteamericano donde estamos visitando a mi hermana. En inglés, le explicó a un vendedor joven con mucha paciencia lo que necesitaba. La valija vuelve con tubos de diferentes diámetros, epoxi y una herramienta de aire para destapar caños.
¿Cuál es nuestro rol como adultos en este proceso? En primer lugar, hacer un trabajo mental. Vencer la primera reacción automática de pensar que el de las Nerf era sólo un juego tonto. Aceptar que sí, que son cosas de chicos, y que por ese sólo hecho es importante para él. Pero que, además, está aprendiendo a través de ese juego que ocupa su atención y se mantiene en el tiempo. En segundo lugar, estar presentes. Escuchando sus conversaciones, teorías y novedades acerca de ese juego o ayudando a organizar encuentros reales con amigos. El papá y el tío también se involucraron, entusiasmados como niños, y lo ayudaron a desarrollar su propio canal de YouTube. En el que, entre paréntesis, usó la música que había compuesto él mismo hacía un año, cuando empezó a sacar canciones de oído y aprendió a usar un programa para hacer música. A raíz de eso llegó el piano a casa, y las clases. Pero esa es otra historia.
¿En qué punto influyó el hecho de que él sabe que sus padres manejamos otros idiomas? Aunque no los hablemos casi nada en casa, sabe que los usamos para leer y para viajar. Creo que es un estímulo indirecto pero muy potente. Sumado al hecho de que sus primos se hayan mudado a Estados Unidos y hayamos tenido la posibilidad de visitarlos. Ahí pudo comprobar en carne propia para qué sirve conocer otro idioma.
A partir de ese interés inconfundible de él, lo demás fue seguir acompañando, como en cualquier otro aspecto de su vida. Espontáneamente empezamos a hablar un poco más de inglés en casa, comprar alguna historieta de superhéroes, el libro de Ripley. Sin presionar, ahí quedaban en su biblioteca. Hasta que una noche agarró Amulet, un libro en inglés que le había regalado un nene que vive en Estados Unidos y había pasado por Tierra Fértil durante un año. Lo leyó y lo entendió. La semana pasada, haciendo compras en un supermercado en este mismo pueblo, eligió su primer libro sin dibujos. Estaba escrito, lógicamente, en inglés.
Ahora les pido que hagan el siguiente ejercicio: piensen todo lo que a sus 11 años tuvo que aprender antes y durante este proceso de dominar otra lengua que no es la materna. En su caso, sin pasar por la escuela. Si no se imaginan, les doy una ayudita. Leer, escribir y comprender. Ampliar su vocabulario. Aprender a usar un buscador: elegir un tema, discriminar cuál información es útil para su objetivo, afinar el algoritmo. Sumar, restar, multiplicar y dividir: para buscar precios y comprar los materiales o los juguetes, sacar medidas de diámetro y largo. Aprender los conceptos más básicos de física: los usuarios de Nerf manejan datos de velocidad como feet per second, resistencia de materiales, etc. Administrar su dinero. Planificar y ejecutar un proyecto a mediano plazo. Reflexionar acerca del uso de las armas y las guerras, las emociones, las diferencias culturales e históricas.
Y por último, ¿todo esto significa que tomar clases de inglés no es una forma válida de aprender? Claro que no estoy diciendo eso. Y lo voy a repetir como un mantra cada vez que escriba sobre aprendizaje no escolar. Tomar clases es una de las formas de aprender, adecuada o no para cada individuo y para cada circunstancia. Pero no es la única y, en muchos casos, ni siquiera la mejor. ¿Tampoco hacen falta los maestros? Claro que sí. Siempre harán falta personas a las que les guste pasar su tiempo con los chicos y acompañarlos en su desarrollo. Pueden ser padres, madres, adultos amorosos, maestros formados o maestros por vocación.
Imagen: Orly Cristófalo
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