Lorena Luengo es Terapista Ocupacional y Facundo Ortiz es Psicomotricista. Mi entrevista con ellos transcurre mientras caminamos por un sendero en la selva paranaense de la costa del Río de la Plata, a la altura de Martínez, en el Gran Buenos Aires. Hay una choza construida con palos, un refugio con mesa y bancos hechos con maderas que dejan las sudestadas, una hamaca, sauces caídos para trepar, carteles escritos por los chicos y salidas a los juncales del río.
El consultorio de Facilitarte es fuera de lo común, pero funciona tan bien que hay lista de espera. En realidad, estos profesionales de la salud infantil complementan el trabajo en un consultorio interdisciplinario convencional (que tiene psicólogas, psicopedagogas y terapistas ocupacionales) con sesiones en la naturaleza.
No lo planearon, sino que llegaron más bien de casualidad cuando llevaron a uno de los chicos que atendían y empezaron a ver muy buenos resultados. Consiguieron dentro de un predio vecinal costero una casita para alquilar y la fueron equipando con botas de lluvia, salvavidas, calzado náutico, trajes de agua, kayak, bote y tabla para stand up paddle.
Muy pronto empezaron a ver cómo los chicos con diferentes diagnósticos se animaban a hacer cosas y a relacionarse de una manera fluida y entusiasta. La teoría que habla sobre los beneficios de pasar más tiempo en la naturaleza ya existía: las escuelas bosque o la pedagogía de las piezas sueltas, entre otras, les daban la razón. Facundo se fue hasta Japón a aprender sobre los «baños de bosque» y Lorena a Brasil, donde quedó maravillada con el poder del morro en los chicos de un programa para autismo.
Sobre la mesa, en la casa donde reciben a los chicos y sus familias, hay un libro de Richard Louv, el primero en hablar del déficit de naturaleza de las generaciones de hoy. Una pizarra, una mesita, bandejas con elementos de la naturaleza y una colección de bichos conservados en resina. También, un teléfono antiguo de los de disco, que trajeron de un anticuario y sigue ahí porque es furor.
-¿Cómo fue que se les ocurrió salir del consultorio?
-Cuando probamos, hubo una expansión muy rápida de lo que en consultorio era un objetivo y acá se daba naturalmente. Indirectamente, empezaron a suceder otros factores que nos llamaron la atención y favorecían mucho a los chicos.
-¿Ya trabajaban juntos?
Lorena: Sí. Y descubrimos sobre todo acá que hay una química laboral parecida, una filosofía de trabajo que viene de la esencia de cada uno. Nos complementamos muy bien, incluso está buenísimo que haya energía masculina y femenina. Yo me crié en La Pampa, en una escuela rural, con primos, hermanos y mucho campo. Y si bien soy muy precisa con la clínica, en los ambientes de trabajo siempre era la que prefería acompañar a un chico a la escuela o la plaza antes que el trabajo en consultorio. Sin embargo, es una clínica que me encanta.
Facundo: Yo nací en Olivos. También trabajaba los 45 minutos de sesión como la mayoría, pero necesitaba salir a descansar a la plaza. Y ahí pensé: ¿si a mí me hace bien salir, por qué a los chicos no? Empecé a trabajar en otros ambientes, con caballos y en una pileta, y soy instructor de windsurf.
Al principio arrancamos queriendo llevar nuestro rol profesional al monte, pero rápidamente vimos que acá hay otra cosa, y que lo que más aportamos es lo que aprendimos en otros ámbitos. Incluso, empezamos uno a uno, hasta que nos dimos cuenta que armando dinámicas grupales el potencial es ilimitado.
Lorena: No tuvimos esa cosa visionaria de entrada, fue todo muy natural. Observamos cómo iban los chicos acá, lo bien que les hacía el pasto, el borde ambiental que ponen los árboles. No había expectativa, más bien fue paulatino y escalonado. Y evidentemente la naturaleza fue invitándonos, empujándonos hacia adentro.
-¿Qué es lo que han observado en este tiempo de trabajar en un ambiente natural?
Facundo: Una vez, uno de los chicos me dice que se había cansado de juntar basura. Se le ocurrió llamar al CEAMSE para averiguar cómo es el proceso. Al día siguiente nos explicó que todo lo orgánico lo podíamos juntar en una gran pila, así que ahora en vez de sacarlo hacemos montañas con ramas y maderas. Llamó, trajo la idea y la ejecutó. Otro se cansó de hacer fuerza para llevar el kayak, así que empezó a armar un carro con unas ruedas y unas maderas que había. Fue un proceso suyo, pero se las arregló para motivar a otros a ayudarlo. Porque estamos mucho uno a uno, pero el desafío para la gran mayoría de estos niños es ampliar en el aspecto social, lograr resoluciones compartidas con otros.
Acá tienen acceso a distintas herramientas y cada uno se siente más cómodo con alguna y lo va descubriendo acá. Y nosotros les mostramos confianza. Descubren asombrados todo lo que pueden hacer.
Aprenden el autocuidado y adquieren un registro de ellos mismos. Diseñamos diferentes cartillas para ayudarlos a chequear cómo están al llegar. ¿Me siento bien para remar, cómo está el clima y cómo domino la técnica en estas condiciones? Toman cuidado de esas variables y eso después lo llevan consigo a todos lados. Pueden estar en otros ambientes como lo hacen acá.
Lorena: Y cuando ya empiezan a conocer y anticipar, salimos a otras reservas naturales para que puedan usar esas herramientas interiorizadas en ambientes nuevos. Trabajamos la resistencia física, emocional y cognitiva. Porque nuestras sesiones acá son de una hora y medio a dos, y de hasta cuatro las salidas.
Facundo: con los chiquitos hacemos más exploración sensorial, ponemos manos a la tierra, juntan lombrices, arman acuerdos. Los más grandecitos hacen construcciones, usan herramientas. Y con los adolescentes pasamos por distintas disciplinas cada dos meses, como running, trekking, escalada y kayak. Los llevamos a una disciplina predeportiva donde no hay competencia sino que se trata de enriquecerse uno y compartir con otro. Si cumplían los objetivos, elegían el premio. Así, salimos al bowling o al cine, que también fueron hermosas experiencias grupales y de autonomía.
-¿Cuáles son los desafíos en el desarrollo que tienen los chicos que vienen a Facilitarte?
-Desorden en el procesamiento sensorial, déficit de atención e hiperactividad, desafíos en la regulación emocional y condiciones del espectro autista. Otros llegan por problemas de aprendizaje, que en general son la punta del iceberg. En la evaluación clínica que hacemos lo que se ve es que es que hay una base en el desarrollo que hay que mirar de forma integral, así que antes evaluamos distintas áreas para hacer un diagnóstico presuntivo. No todos los niños son para esta intervención en la naturaleza, eso lo podemos discutir. A veces vemos que con venir tres meses acá, es suficiente. Pero hay otros que necesitan algo más estructurado. La combinación de ambas intervenciones genera algo enorme.
-¿A la formación que ya tenían le fueron ampliando el marco teórico con este descubrimiento?
Lorena: nuestro marco teórico principal es que somos de la naturaleza. Cuando uno viene haciendo una formación muy amplia, como la nuestra, no te encasillás, porque el ser humano es tan complejo. Lo que sí sabemos es que no tienen techo y nos sorprenden más de lo que nos imaginamos.
Facundo: Tuvimos una etapa de investigar un montón, hicimos un curso con la primera TO en naturaleza que está en California. Pero incluso aunque nos gustó, hay muchas cosas que no comparto. Y eso nos llevó a armar algo más nuestro. El año pasado fuimos a Brasil como expositores por primera vez de nuestra experiencia a la conferencia internacional «Natural play spaces for children«.
Generalmente, uno ve que en los chicos con algún diagnóstico que las trabas son más bien culturales: un nene no sostiene algo que le pide la cultura, pero en la naturaleza es otra cosa. Te da un margen mucho mayor para trabajar la autoregulación, el asombro, el aprendizaje para que después puedas estar media hora más en un cumpleaños, si es eso lo que preocupa a los padres, por ejemplo.
-Los padres son parte del tratamiento, me imagino.
-Lorena: Vienen con distintas inquietudes. Que no juega tanto en el cole, le va mal, contesta mal, no presta atención o es desorganizado. Lo que hacemos es identificar en qué estadio de desarrollo está y nos ponemos un plazo de tiempo en el que debería haber objetivos cumplidos, les explicamos en qué vamos a estar trabajando. Incluso charlamos con los chicos para qué vienen y por qué creen ellos que vienen.
En los niños que complementan el consultorio con un espacio abierto, eso se ve muy rápido. Cuando vuelven de las vacaciones los padres nos cuentan fascinados todo lo que han podido hacer y que antes no hacían. Chicos con grandes fobias que no bajan el cordón o se sacan nunca las medias y los zapatos empiezan a trepar árboles y andar en patas. ¿Cómo explicás eso en tres meses?
Tenemos que tener la cintura de validar lo que un padre viene a contarnos y a la vez acercarlo a su hijo con puntos de acuerdo. El eje son los padres, porque si no entienden para qué viene, no tiene sentido.
Facundo: Al revés de lo que suele pasar en el consultorio, acá vienen más los padres varones. Creo que ellos se sienten más desplazados y se retiran cuando no encuentra el cómo acercarse a su hijo, y eso genera una dinámica familiar de la clásica pelea. Es un dolor enorme no encontrar una llavecita para entrar. En esos casos recomendamos hacer también orientación familiar. Todos tenemos intereses y deseos, así que tratamos de despertarlos para que el padre y el hijo puedan verlos y acercarse.
-¿Qué rol juega la escuela en estos chicos?
-Lorena: Salud y educación van de la mano, como el mate y el termo. Culturalmente creo que no estamos preparados para tener escuelas bosque como formato generalizado, pero sí creo que hay mucha más apertura que antes a hacer cosas intermedias, como reverdecer los patios o hacer huertas. Una vez trabajé con una nena que decían que no jugaba en los recreos. La acompañé a la escuela y ví que había un patio de 3×6 de cemento y al rayo del sol. Le pregunté a la directora si a ella le gustaría jugar ahí. Trabajé con ese colegio para acercar propuestas en los recreos y hacer esos espacios más amables y atractivos para las infancias. Pero para que eso se genere, del otro lado tiene que haber apertura y humildad.
Fecundo: No existe la escuela ideal, pero sí creo que sería muy bueno que tuvieran un equipo de orientación más diverso (el que antes se llamaba gabinete psicopedagógico), porque están enfocados en el aprendizaje pero debería haber más TO o especialistas en juego, ya eso cambiaría un montón. Incluso, trabajar sobre el nivel de ruido, el timbre… Prácticamente todos vienen diciendo que odian el colegio, así que acá charlan sobre eso, se comparten cosas que les han servido. Es como abrir un poquito la presión de la olla.
Lorena: Cuando tenés la oportunidad de ir a ver tantos colegios entendés cómo no van a estar como están muchos chicos, la mayoría 8 horas. Solamente con plantar un árbol para sombra, visualmente, por el oxígeno. En todos los colegios del corredor norte que conozco es abrumadora la cantidad de cemento por metro cuadrado. También se pueden agregar más recreos de movimiento, ya está investigado el tiempo de atención que pueden prestar por edad. La sobrecarga sensorial es abrumadora. Para aprender y consolidar aprendizaje los niños necesitan moverse de forma segura y organizada. Hay mucho para hacer en educación, pero también es responsabilidad del campo de la salud de acercar de una forma amable esa información que ya tenemos. Quejarse es fácil, pero hay que llevar una propuesta clara: más verde, recreos de movimiento, poner elementos en los patios que generen posibilidades y potencien el desarrollo lúdico y de aprendizaje.
-¿Ustedes recomiendan escuelas cuando se ve la necesidad de un cambio?
-Depende mucho del perfil, hay algunos que cognitivamente necesitan más y otros que necesitan menos carga. Cuando tienen que cambiar de colegio, damos un listado de 4 o 5 que pudieran cumplir los requisitos para ese niño. De tantos años en la zona, conocemos a muchos. Yo voy a todos los colegios a observar, y ahí se ve la permeabilidad que tengan para entender estas dificultades.
Facundo: Hay gente que tiene ideas copadas pero se encuentran con trabas en la implementación, como pasó en uno que querían hacer una escuela enfocada en chicos con autismo en el mismo lugar que una común, para poder compartir muchas actividades. Pero las autoridades de Educación no lo permitieron y terminaron haciendo una escuela especial al lado.
Hay escuelas que tienen un perfil deportivo que a algunos chicos no les sirven. Otras, que tienen conceptos innovadores de aulas abiertas, con tutoría entre pares y profes de apoyo, pero eso tampoco les conviene a todos.
Lorena: Como no hay escuela ideal, no hay una terapia ideal. Nosotros tampoco nos cargamos con esa responsabilidad única. Creemos que la capacidad de análisis y razonamiento clínico es lo que diferencia a un buen profesional. A partir de eso, se trata de generar cosas distintas, probar, expandir. Una vez vino un nene que hacía infinidad de terapias, pero no estaban funcionando. Probamos de sacar todas y venía acá e iba al psicólogo. Está super bien, se sigue enojando pero ya no lo pasa por el cuerpo. A veces la sobrecarga de terapias o el colegio exigente es lo que detona.
Mirada de niño
El tornado del año pasado más las sudestadas cambian el paisaje de la costa: vienen basura y objetos, caen árboles, la marea se lleva los refugios. Cuenta Lorena: «Cuando los padres vieron se apenaron, pero los chicos lo ven como una oportunidad. Su mirada es distinta a la del adulto, que tiene sensación de pérdida. Para los chicos es una aventura salir a buscar lo que nos deja la sudestada. Hay que readaptarse, reorganizarse, reconstruir. ¿Cómo es posible que niños que procesan la información de forma diferente logren semejante potencial? Donde la mayoría ve etiquetas y diagnósticos, veo habilidades y fortalezas. De todas formas, siempre explicamos que esto es más que jugar al aire libre. Esto es intervención terapéutica en la naturaleza».
Comentarios recientes