Las madres que crían y educan sin escuela no lucran cuando ofrecen charlas, cursos o asesoramientos a otras familias que buscan una opción educativa similar. Cuando lo hacen y deciden cobrar por ello, están trabajando, como cualquier ser humano. Nadie que circule por los ámbitos de la educación alternativa tiene derecho a juzgar a las mujeres que tienen experiencia y la ofrecen, al precio que quieran. Es el colmo seguir escuchando esto en pleno siglo XXI, en plena pandemia de desbordes, en pleno exceso de desamparo para mujeres que siguen -seguimos- cargando con los prejuicios de todos.
Le agradezco a la madre que, en un grupo de WhatsApp, acusó a otra madre por ofrecer un curso, por cierto muy barato, sobre educación en casa. Me dio una oportunidad para volver a hablar de esto. De que la educación, la convencional y la alternativa, sigue siendo sostenida mayoritariamente por mujeres que todo el mundo supone que deben ofrecerse como voluntarias. Hace unos años, cuando -obvio- con otras madres sosteníamos las rutinas de la crianza y del espacio de aprendizaje que habíamos creado, vino a verme una señora. Se dedicaba a asesorar a las familias a la hora de elegir escuela para sus hijos y estaba conociendo muestro proyecto para poder recomendarlo -o no, já-. Nunca se me ocurrió pensar que esa mujer no estaba trabajando.
Veamos. En el mundo de la educación supuestamente amorosa, sigue vigente la doble vara. No he visto cuestionar a varones que ofrecen cursos, charlas, clases o asesoramientos tanto como a madres que, aparentemente, deberían entregar tiempo y conocimientos sólo por el hecho de ser madres. Personalmente, me cansa maternar adultos. Si alguien ha recorrido un camino y ofrece información valiosa, está trabajando. Si esa información es especialmente útil en nuestro contexto y las demandas desbordan a todos los que han venido haciendo homeschooling mucho antes de que el mundo entero hablara de eso, más aún. Ese trabajo vale oro.
Si toda la información y el relato de experiencias de educación sin escuela inunda las redes sociales hoy es porque esas mismas madres se han tomado el trabajo, durante años, de compartir lo que saben. Si a pesar de eso alguien quiere asesorarse de forma personal o puntual, ¿por qué quien ofrece ese acompañamiento estaría lucrando? ¿Y, de todas formas, qué o quién diferencia al trabajo del lucro? ¿Cuánto pesa aún el tabú del dinero incluso en el pequeño y, otra vez, aparentemente consciente mundo de las alternativas en educación? ¿Por qué está valorado vender desodorantes o budines y denostado hacerlo con la información o la asesoría? ¿Por qué las mujeres seguimos siendo obligadas a maternar al planeta?
Hay otro asunto que es importante recordar y que a mí me interesa especialmente como periodista. El hecho de que todos y todas compartamos contenidos en las redes sociales no desmerece el trabajo de seleccionar, chequear, enriquecer y transmitir la información, un oficio que demanda tiempo y esfuerzo y con el que algunos de nosotros solemos comprar el pan. Tampoco está demás recordar que generamos contenido gratuito para los dueños millonarios de esas redes, y aunque nos sintamos grandes ganadores como influencers de la vida, les aseguro que siempre estamos cobrando con seis ceros menos.
Les pido disculpas, lectoras y lectores, si este texto no huele a jazmines, pero no es mi estilo contener el grito cuando me ha picado un bicho. Por otra parte, pueden leer una nota donde escribí cómo las mujeres sostienen la industria escolar con su trabajo voluntario: https://alteredu.com.ar/2020/09/02/acompanar-la-escolaridad-otra-tarea-invisible-de-la-economia-de-los-cuidados-a-cargo-de-las-mujeres/. También me extendí sobre el tabú del dinero en la educación alternativa en el capítulo que escribí para la segunda edición el libro «Más allá de la escuela».
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