Maestras reinventadas

Esta es la primera de una serie de entrevistas a las mujeres educadoras que pasaron por Tierra Fértil, uno de los pocos espacios de educación democrática/libre para mayores de 6 años en Argentina. El propósito es mostrar cómo ellas vivieron el paso de trabajar en la educación formal hacia una propuesta donde tuvieron que olvidarse de casi todo lo que habían aprendido. Y no sólo en materia de pedagogía, sino también en todo lo que significa la autogestión del propio empleo.

Con María Laura Erhart nos conocimos en una de las reuniones que yo organizaba en el living de casa allá por el 2011 con el deseo de encontrar un grupo mínimo de familias dispuestas a crear desde cero un proyecto educativo para nuestros hijos e hijas. Fue la primera en sumarse como madre con experiencia en el trabajo con niños y niñas. Al principio fue una de las que nos turnábamos en la dupla pedagógica que formamos con Verónica, una maestra formada en el magisterio oficial. Más adelante, asumió su doble rol de madre y educadora con naturalidad. En todo caso, es habitual que los padres y madres estén presentes en las propuestas de educación libre, que siempre cuentan con un mínimo de dos adultos para un rango aproximado de 10/15 niños.

Sin Malala -porque así la conocemos todos- y su característica persistencia Tierra Fértil seguramente hubiera durado muy poco; vaya uno a atreverse a distinguir entre voluntad y destino. De lo que no tengo dudas es que ella para mí fue el principal apoyo constante e incondicional en las siempre cambiantes etapas de un sueño que ya lleva despierto 7 años. Fue ella también la que aportó la teoría y la práctica de la filosofía Montessori al proyecto, de la que tomamos muchas prácticas y la costumbre de llamar guías a los que acompañan a los niños y niñas en su aprendizaje en Tierra Fértil.

En este tiempo nos hicimos amigas, pero acá la siento en la silla de entrevistada para que ella misma les cuente quién es y cómo bailó el baile. Hoy Malala educa a su hija de 13 y a su hijo de 11 sin escuela, forma parte del grupo coordinador del Encuentro de Educaciones Posibles (EPEP) y del Encuentro Nuestra América (ENA). Además es embajadora de Arte de la Fundación Voz.

-¿Cómo te formaste y qué hacías antes de ser guía en Tierra Fértil?

-Ni bien salí del colegio empecé a trabajar en un Banco y a estudiar Comunicación Social en la Universidad, donde sobreviví dos años y salí espantada. Decidí probar estudiar Redacción Publicitaria en otra Universidad pero seguía sintiendo la misma sensación de asfixia que me generaba ese modelo de estudio. Por un año no estudié y alternaba trabajo con viajes. Viajar es algo muy importante para mí, me permite crear y re-crear y es en la diversidad cultural que siento que puedo expandirme. Al fin, me decidí a hacer lo que quería ser y hacer desde chica: maestra jardinera. Me anoté en un profesorado, renuncié después de 5 años a mi antiguo trabajo y dí mis primeros pasos en un jardín Montessori. En aquel momento era prácticamente desconocida esa filosofía/pedagogía en nuestro país.

Pero vivía una especie de disociación entre el profesorado y la vida misma como guía en un jardín Montessori. En el ámbito académico se replicaba un modelo de aprendizaje similar a la escuela tradicional, nada orgánico y sumamente antinatural. Luego de hacer mis prácticas, decidí retirarme. Mi verdadera formación fue en la casa de niños Montessori y siempre estaré agradecida a sus directoras, Irene, Lucy y Val, y a todas mis compañeras con las que compartí esos años de puro aprendizaje.

-¿Qué te llevó a querer probar otra cosa en general y la educación libre en particular?

-En casa solía hacer talleres para niñxs en el verano o durante el año. Eran no graduados, de 3 a 6 años, aunque después pedían venir hermanxs de hasta 10 años porque les encantaba jugar y participar de estas dinámicas de juego-trabajo. Aunque no tenía el material Montessori, me las ingeniaba para armar uno propio y al conocer la filosofía era posible generar el concepto de “ambiente preparado y adulto disponible”. Ese fue el puntapié inicial para elegir la “educación libre”. En realidad, lo estaba haciendo, sólo que hasta ese momento desconocía el término.

Tras 5 años en Montessori renuncié. Junto con mi compañero decidimos que queríamos tener hijos y yo pude/elegí dedicarme de lleno a vivir ese momento tan único que es el proceso de gestación. Así fue que durante 9 meses investigué, me informé y formé para parir siguiendo el modelo del Parto Humanizado. Con un grupo de mujeres hicimos talleres autogestivos una vez por semana para acompañarnos y estudiar sobre alimentación, vacunas y filosofías/pedagogías que acompañen el desarrollo evolutivo de nuestros hijxs. Parir de este modo, sin lugar a dudas, me permitió confirmar eso que llevaba muy dentro mío: la vida y la muerte no son tan distintas y nadie puede enseñar cómo parir, en tal caso, se puede acompañar ese proceso. Lo mismo pasa con la educación.

Mis dos hijos fueron a un jardín Montessori, y para cuando mi hija comenzó primer grado viví lo que sabía intelectualmente en carne propia. El famoso quiebre en donde un niño deja de jugar para ir a una escuela a estudiar doble turno y traer tarea a su casa. El primer día de mi hija en la escuela no lo olvidaré jamás. Como para darle un halo de dramatismo escénico, llovía y el cielo estaba gris, todos los chicos desde primero hasta séptimo grado estaban formados en filas. El acto inicial de bienvenida de ciclo lectivo, la bandera, el himno y mi hija que me miraba desde la fila con cara de no entender mucho lo que estaba pasando. Recuerdo bien sentir que todo ese panorama era extraño e incongruente para mí a pesar de haber transitado toda mi vida un formato escolar tradicional.

A mitad de año, mi hija ya no quería ir a la mañana al colegio y aunque seguía estudiando por mi cuenta e investigando alternativas que fueran más afines a nuestro estilo parecía que la escuela tal como la conocía era lo único que habría para que mis hijxs continuaran más allá de casa su aprendizaje.

Ese mismo año, una mamá del grado de mi hija me comentó que estaban juntándose familias en la casa de Dolores Bulit, en Béccar, para intentar armar una escuela alternativa. Fui a una reunión de esas y salí corriendo, já. “Todos hippies”, pensé. Sin embargo, intuía que algo podría llegar a armarse. Volví a varias de esas reuniones. De tantas familias que participaban, quedamos 5 y en el 2012 comenzamos a dar charlas con distintos referentes de la educación alternativa. También se lanzaba la proyección de La Educación Prohibida, que llegaba para sentar el debate tan necesario y postergado hasta el momento sobre otras formas posibles en la educación. En el 2013 comenzamos la aventura de Tierra Fértil.

Un dato no menor para mí es que hacía un año que había comenzado a estudiar en la Escuela de Desarrollo del Pensamiento Analógico, creada por Carlos N. Ferruelo, que me permitió desde lo empírico concebir y vivir desde otro paradigma cómo aprendemos los seres humanos.  

-¿Cuáles sentiste que fueron tus mayores desafíos a la hora de acompañar a niños y niñas que podían elegir, decir que no, moverse libremente en ambientes preparados, sin horarios de clases separados de un recreo, con edades múltiples?

-Creo que lo más difícil es entender y saber construir límites. Algo sumamente complejo y que requiere de una deconstrucción desde los adultos, porque todos fuimos atravesados por un modelo de educación en donde se confunde autoridad con autoritarismo. Cada niñx es único y es clave lograr el desarrollo de la observación de lo que cada uno necesita, tener en cuenta los distintos intereses y saber como referente del espacio cómo y cuando intervenir en cada situación. De cualquier modo, cuando se logra un ambiente preparado y se articula con la pareja pedagógica en el trabajo cotidiano, se puede vivir el concepto de “la autorregulación” que se genera en y desde el grupo de niñxs.  El mayor desafío no era tanto con lxs niñxs sino con nosotrxs como adultos, madres y padres, y el de lograr focalizar en un propósito en común para constituirnos como una comunidad de aprendizaje.

-¿De qué forma, si es que sucedió, creés que esa experiencia modificó tu forma de entender la educación y de ejercer tu carrera docente?

-Haber vivido una experiencia autogestiva de una comunidad de aprendizaje siguiendo el modelo de la educación libre, con todo lo que conlleva iniciarla y sostenerla, ha dejado en mí una impronta indeleble. Ahora sé que es posible generar espacios para que sucedan otras formas en el aprendizaje desde la diversidad que somos los seres humanos. Mientras muchos decían que no era posible o, incluso una locura, nosotrxs lo hicimos.

-¿Qué dirías a los docentes que quieren reflexionar sobre sus prácticas, tanto en la escuela tradicional como alternativas? Tenés sugerencias? Miradas pedagógicas que te hayan servido más que otras?

1-Capacitación constante. Que muchas veces sucede por fuera de los espacios que confieren puntaje para docentes. Hay que salir a buscar nuestrxs maestrxs, y muchxs están por fuera del circuito tradicional.

2-La tecnología también permite ser más autodidacta, pero a eso hay que sumarle el trabajo en red que es clave para no quedarse solo o restringirlo a la comunidad de aprendizaje.

3-Conocer, entender y vivir la diversidad de las filosofías/pedagogías como herramientas posibles a la hora del aprendizaje, sin caer en dogmatismos.

4-Trabajar con pareja pedagógica.

5- Armar un “ambiente preparado” en la escuela tradicional es posible. No tiene sentido que los chicos sigan cargando con mochilas y cada uno lleve sus propios materiales. De esta forma también se vive el concepto de lo comunitario.

6-Asambleas: no se puede estudiar qué es democracia como concepto abstracto o simplemente reducirlo a una actividad para entender qué es votar. Lxs niñxs y jóvenes deben tener estos espacios para ir decidiendo sobre lo que necesitan aprender y cómo gestionar ese espacio que viven a diario.

7-En la escuela tradicional es importante que se modifique la forma de evaluación de lxs estudiantes. Y por favor, ¡no más tareas! El tiempo que se habita en las escuelas debería ser el suficiente para explorar, investigar y aprender los saberes que se intentan transmitir.

8-En educación hay tres formas de gestión: Estatal, Privada y de Gestión Social y Cooperativa. La Ley de Educación Nacional reconoció, en su artículo 13, a la educación de gestión social como un sector diferenciado de la educación estatal y de la educación privada. Ante la falta de una definición precisa de esta categoría, el Consejo Federal de Educación aprobó recientemente la Resolución 33/07, que plantea posibles criterios para definir la educación de gestión social. Tenemos que organizarnos y trabajar para que se lleve a cabo la normativa federal que termine de plasmar esos criterios y favorezca el proceso de institucionalización de este nuevo sector, que en realidad tiene una larga historia. En ese camino, la diversidad de expresiones que congrega la educación de gestión social ha comenzado a gestar su propio movimiento, constituyéndose como un colectivo de escuelas y experiencias educativas. Allí se están articulando las identidades y las demandas específicas, que por su propia filosofía esperan ser parte de políticas que escuchen a las bases y no se diseñen de “arriba hacia abajo”. Detrás de este colectivo de actores se encuentran las manifestaciones de la educación popular, las escuelas cooperativas, las experiencias de “escuelas libres”, los proyectos educativos de los movimientos sociales, entre otras alternativas pedagógicas de distinta raigambre histórica. Los une la voluntad de ser reconocidos como parte de la educación pública y no seguir figurando al margen de las categorías o dentro de un espacio que no sienten propio, como el de la educación de gestión privada. Los criterios que definen a la educación de gestión social se vinculan con tres dimensiones centrales, que marcan sus fronteras identitarias compartidas: 1- Se trata de instituciones de ingreso irrestricto y que aspiran a garantizar la gratuidad educativa (por lo tanto, no tienen ningún interés de lucro), 2- Su estructura de gobierno interna es participativa y democrática, con diversas instancias representativas, 3- Tienen un proyecto pedagógico innovador fundado en el compromiso social y político y en el trabajo con sectores populares desde una visión comunitaria y cultural.

 Creo que la “innovación educativa y justicia social” no puede ser un slogan. Para que esto sea una realidad, tenemos que madurar como sociedad y hacer valer nuestros derechos. No es fácil pero tampoco es imposible, lo digo desde la humilde experiencia de haber sido parte de una comunidad de aprendizaje libre y autogestiva.

Malala con su hijo menor
Tejiendo redes en el encuentro de la CONANE en Brasil
Tareas distintas y simultáneas en un ambiente no graduado
En asamblea
Ayudar a cocinar
De visita en la escuela de gestión social Creciendo Juntos
Ambiente preparado, un concepto montessoriano que Malala trajo a Tierra Fértil
A veces toca bailar…
Juntar palitos…
O meterse en la casita

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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