“A Rodar” se afianza en la zona norte del Gran Buenos Aires como espacio de cuidados con una mirada respetuosa y clara acerca del desarrollo infantil. Desde los 8 meses hasta los 4 años inclusive, acompaña a familias que prefieren asociarse a miradas menos escolarizadas de la educación en la primera infancia. Está en San isidro y ofrece como características principales un ambiente hogareño, un grupo reducido y una combinación justa de lo mejor de Pikler, Montessori y Waldorf.
Abrió sus inscripciones para el 2025, así que hablé con Natalia Ferrari, su gestora, para conocer cómo ha ido evolucionando la propuesta.
-¿Qué valores, necesidades o aprendizajes considerás prioritarios en esta etapa de 0 a 4 años?
-Trabajar el registro de los límites, de los cuales el primero es su propia piel. El apego y desapego, que en la etapa de la adaptación se vive intensamente. También es central la comunicación, tanto la corporal como de las palabras.
Luego se trata también de integrar pautas de higiene y cuidado personal. Y en materia de socialización, enseñar a ser amable con uno mismo, con el otro y con el entorno.
Trabajar la autonomía e independencia en los ámbitos de la vida diaria es parte de la rutina, así como presentar propuestas que respeten su inocencia, iniciar e incursionar con el arte y la música.
Habituar rutinas de trabajo individual y grupal son nuestros objetivos también. Y, en todo eso, fomentar la alegría y el disfrute en cada momento.
-La adaptación a un espacio nuevo a esas edades suele ser central y complejo para las familias.
-Sí. A través de la palabra traemos a papá o mamá cuando lo piden o hace falta, porque al ser tan pequeños es necesario. A esa edad sucede eso de que si no lo veo siento que no existe. Para eso tenemos fotos y los recordamos: “¿quién te puso esta remera hoy?”, o “Mamá va a volver más tarde”. Eso eso se trabaja intencionalmente, en vez de negarlos los hacemos aparecer todo el tiempo.
-¿Qué tomás de los tres enfoques que proponés: Pikler, Montessori y Waldorf?
-Por mi historia (ver nota), me fui primero por lo conocido. Sin embargo, en las edades de 0 a 3 empecé a notar sobreadaptaciones que no me dejaban tranquila. Esto pasa muchísimo, que el adulto quiere tal cosa y el niño y hace todo por cumplirlo. Utiliza todas sus fuerzas y todo su dominio por cumplir una mirada Montessori y pierde de vista el niño. Puede pasar con ese enfoque o cualquier otro, claro.
A raíz de eso empecé a investigar y a hacerme preguntas a mí misma primero, y descubro que el trabajo principal de María Montessori no es de 0 a 3 años sino de 3 en adelante, sobre todo la etapa de Casa de Niños. Seguí investigando y rápidamente llegué a Emy Pikler y empecé a formarme con esa mirada.
Lo empecé a poner en práctica con los niños y fue maravilloso. Fue como un suspiro, sentí que pude resolver eso que me molestaba, porque yo no los veía del todo contentos. ¡Y ellos se adaptan a cualquier cosa! Empecé a correr lo Montessori, que me costó un montón. Dejé el espacio despejado de muebles y sillas para permitir la libertad de movimiento.
Y a partir de los dos años y medio, más o menos, empezamos a notar que podíamos invitarlos a pasar a un sector más montessoriano. Por eso vas a ver que tenemos un sector con materiales Montessori con las mesas y las sillas, con más reglas, pero al que llegan después de todo un recorrido de movimiento libre.
Y en el caso de la mirada antroposófica, nos atraviesa como proyecto la parte del espíritu. Así siento que encontré y ensamblé tres patas fundamentales: cuerpo, mente y espíritu, que se complementan muy bien entre sí. Y todas ellas acompañadas por tres principios rectores, del cuidado de uno mismo, del otro y del entorno.
-¿Cómo es la rutina diaria?
-No estamos separados por edades, y no hay más de 15 en el espacio, con tres acompañantes fijas y yo que estoy un rato cada día y a disposición durante todo el tiempo. Somos prolijas y clara sa la hora de establecer ritmos y formas.
Los niños llegan por la mañana con una flexibilidad de horario entre las 8 y las 9. Compartimos una colación todos junto con pan que ellos mismos hacen con las guías, frutas o verduras de estación orgánicas y agua. Después hay movimiento y juego libre hasta un momento musical que propongo yo, cuando me siento en el ambiente y empiezo a tocar para que se aacerquen quienes quieran.
Así cierra el primer turno, que es hasta las 11:30. Algunos se van a casa y otros se quedan a comer el almuerzo que traen de casa, y descansan también acá en un cuarto separado y abierto con sus colchonetas. A medidad que se van despertando vuelven a jugar, y las 14.30 es el último horario de cierre.
Dentro de ese juego libre hay distintos momentos en donde las mismas propuestas van llevando a esas rutinas y formas de todos los días. Por ejemplo, están las jarritas habilitadas para regar, o está la puerta del ambiente Montessori que se abre y se cierra en un momento.
-¿Cómo se construye el vínculo con las familias que eligen este espacio?
-Tratamos de hacer un trabajo en conjunto, para que idealmente intenten llevar a casa lo que puedan de lo que pasa acá. Hay una comunicación constante, y el objetivo también es que este lugar sea como una extensión de casa.
La familia nos convoca mucho a nosotros también, así que hacemos reuniones grupales sobre crianza y educación en base a las necesidades que estamos observando en el grupo. Cada tanto o por estaciones hacemos también encuentros de convivencia, y los invitamos a que puedan venir a observar el espacio en funcionamiento.
-La alimentación y la higiene son temas centrales a esta edad. ¿Siguen algunos lineamientos de entrenamiento como propone Montessori o incluso el Baby Led Weaning?
-No, lo que hacemos es acompañar lo que hacen las familias. Ofrecemos el pan, la verdura y la fruta cortada. Y les damos el almuerzo como viene de casa. Tampoco hacemos entrenamiento con los pañales, aunue sabemos que funciona incluso antes de los dos años si se hace. Pero sólo si la familia está con ganas de iniciarlo, con todo el esfuerzo que eso conlleva. Acompañamos a los que están dispuestos y también pasas que, al estar con pares, en algunos se va despertando la curiosidad por intentarlo.
-¿Qué les dicen las familias que ven en sus hijos a partir de que se integran a este espacio?
-Ven más independencia, más registro por parte del niño. Que empiezan a escucharlos y a mirarlos a los ojos. Que empiezan a decir que no: no quiero, no me gusta. Van creando su espacio personal, en una sociedad que en general da otro mensaje, de imponer todo a esas edades. También notan que hay más entendimiento entre adulto y niño, que hay una mejor comunicación.
-¿Cómo fuiste evolucionando como educadora desde tus primeros años en jardines rodantes?
-Principalmente ha tenido que ver con mi trabajo personal. Obviamente, me voy formando en estos enfoques pedagógicos, pero compruebo que no sirve de nada formarme intelectualmente y saturar mi cabeza de teoría si no puedo conectarme conmgo. Por ejemplo, registrar mi respiración para ver al otro y la situación desde un lugar más de observadora.
Yo creo que esa fue la pata más fuerte de mi evolución personal, y por ende, como educadora. Lo mismo pasa con el equipo: las cuatro estamos muy comprometidas con nuestro trabajo personal. Además de sus formaciones, cada una tiene sus espacios terapéuticos si quiere, con el objetivo de acompañar al niño con la percepción más limpia para poder observar cada vez más “afiladas” las situaciones que se van presentando y poder comunicarnos mejor con cada uno. Porque es clave encontrar la manera de comunicarte con ese niño que aún no sabe hablar, con un cerebro que todavía no está desarrollado.
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