OPINIÓN – Por Dolores Bulit
Mi hermana es una fuente de inspiración constante. Ella no eligió educación alternativa para sus hijos, pero a cada rato se le ocurren ideas de cómo solucionar de otra forma los problemas habituales de la escuela común. Tiene una actitud proactiva y respetuosa, pero no se calla ni deja pasar lo que considera que está mal. No se engancha con el ronroneo del chat de «mamis» y cuando tiene que decir algo a la escuela, es de frente y dialogando. No es magia lo que hace, simplemente tiene bien puesta la antena del sentido común. Ella ya era así de chiquita, pero es probable que la discapacidad de su primer hijo haya afinado sus cualidades.
Si todas las comunidades educativas tuvieran al menos un grupo de familias como la de mi hermana, con directivos que, aunque no se las sepan todas, tienen buenas intenciones, casi no haría falta fundar escuelas alternativas.
Llega marzo y me imagino que muchos están de duelo porque no encontraron una escuela diferente o mejor para sus hijos. Se sabe: hay más demanda por educación alternativa que oferta disponible. Fundar una escuela es duro de por sí, por la responsabilidad civil y profesional sobre un sector tan delicado de la población como la niñez. Más todavía si se trata de un espacio de aprendizaje poco convencional, donde habrá que lidiar con dificultades extra.
Traje el ejemplo de mi hermana para transmitir que es posible educar dentro de una escuela convencional y aún así sostener los valores de las escuelas alternativas, como la cooperación, la abundancia de juego libre y contacto con el afuera, la resolución de conflictos, la austeridad y cuidado de los recursos, la alimentación natural, por ejemplo. Sus hijos van doble jornada y tanto ella como su marido trabajan fuera de casa, pero se las arreglan para estar plenamente con ellos a la tarde. Como no tienen acceso a pantallas salvo un ratito entre la cena y la hora de dormir, con contenido supervisado, saben que su rol es estar para que sus hijos jueguen. En la plaza o en su casa, solos o con amigos. Se pasan horas, y los amigos que ya conocen su cultura familiar le avisan a los nuevos que en su casa no juegan con «la Play».
Cuando están solos, el cajón de «materiales» es el rincón favorito, con descartables que usan para crear personajes y juegos. Los cumpleaños los festejan en la plaza, y en vez de la comida chatarra clásica hay pochoclo, tomates, aceitunas y maní. Ella no leyó libros sobre educación alternativa, pero apuesta a una educación poco común dentro de una sociedad hiper acelerada y conflictiva. Y como ella hay muchas madres que encaran la escolaridad que les resulta posible dentro de su realidad, complementando o compensando lo que la escuela no ofrece.
Estas son algunas ideas que se me ocurren para ejercer una educación alternativa dentro de la escuela común:
- Si está en tus posibilidades, elegí una de media jornada. Da más tiempo para jugar, dormir siesta o desarrollar intereses personales. Si la escuela no es de lo mejor, al menos no ocupa tanto tiempo del día.
- No te enfrentes a la escuela, es el segundo lugar donde tus hijos pasan más tiempo además de tu casa. Conviértanse en aliadas y no pierdas de vista que ambas tienen un objetivo común: el aprendizaje y el bienestar de tus hijos.
- Date un tiempo para preguntar y observar cómo funciona esa escuela antes de opinar.
- Pedí leer el PPI, Proyecto Pedagógico Institucional. Por lo general, son preciosos y ofrecen una educación utópica. Tenélo a la mano para poder argumentar y contrastarlo con las prácticas reales cuando sea necesario.
- Cuando surjan conflictos o diferencias, no las destiles por WhatsApp: reunite con madres, padres, docentes y directivos para conversar cara a cara.
- No opines en el aire sobre lo que habría que hacer: escuchá y llevá aportes y soluciones concretas.
- Si hay conflictos o situaciones recurrentes, proponé talleres o consultas con profesionales para recibir asesoramiento conjunto.
- Personalmente, pienso que el tiempo de los chicos fuera de la escuela no debe ser ocupado por tareas escolares ni para clases particulares. Está demostrado, además, que genera dos cosas: malestar permanente en las rutinas de la casa y desventaja para los chicos que no tienen quien los acompañe. Por desgracia, es una realidad que igual muchos necesitan atención personalizada para seguir el ritmo de la currícula que exige avanzar a todos por igual. Como puedas, defendé el tiempo libre de tus hijos fuera de la escuela.
- Las notas numéricas y los exámenes suelen ser factores de presión para los chicos, incluso aunque los padres o los propios docentes insistan en quitarles peso. Relativizalas, y valorá en cambio el esfuerzo o el disfrute que puedan haber obtenido por sus aprendizajes.
- La mayoría de las escuelas, sobre todo las estatales, están ávidas de colaboración. Participá en la Asociación Cooperadora. En las escuelas alternativas, la participación de las familias se da por sentada y es la clave de su éxito.
- Todo eso que esperabas o ansiabas de una escolaridad «alternativa», aplícalo en tu día a día. Por ejemplo, prepará ambientes en tu casa para propiciar la autonomía, el juego y la convivencia multigeneracional. Dialogá con respeto, hagan asambleas. Fomentá la lectura y bajá el tiempo de pantallas. Salgan todo lo que puedan. La mejor extraescolar es jugar. Y si es al aire libre y con pares, ¡bingo!
- Acordate que las miradas pedagógicas alternativas suelen ser más que métodos o didácticas: son filosofías, éticas y formas de entender el desarrollo humano. La escuela es sólo una pieza en algo que puede abrazarse como esquema de vida. La comunicación no violenta, la sociocracia, el cooperativismo, el respeto por los ritmos e intereses individuales, el aprendizaje autodirigido, el cuidado del ambiente o la economía fraterna son aplicables en todos los escenarios.
¿Se te ocurren más cosas? ¡Te leo en los comentarios!
Imagen de la portada: CC
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