Construir y habitar una escuela sustentable: un curriculum ambiental que tiene sentido

La Cámara de Diputados de Argentina dio media sanción al proyecto de Ley de Educación Ambiental. El ministro Juan Cabandié aseguró que “fue consensuado con las autoridades ambientales de todas las provincias y el ministro de Educación de la Nación». Yo tengo opiniones pendulares. Por un lado, me cansa que todos los males sociales se intenten reparar inventando nuevas materias en la escuela. Antes que eso, es obligación de los adultos proteger paisajes y recursos: nada más «educativo» que el ejemplo. Por otro lado, la educación ambiental lleva décadas aplicándose sin ley, y no se puede decir que haya funcionado de maravillas.

Es difícil ser una persona ambientalmente educada sin experimentación directa, sin hacerse cargo de una responsabilidad ambiental concreta y frecuente, sin haber disfrutado la naturaleza en carne propia. Por eso, hoy quiero poner el foco en una experiencia de educación ambiental que está recorriendo Latinoamérica y causando gran atención desde 2016: el movimiento «Una escuela sustentable». En síntesis, se trata de una organización que construye escuelas autosustentables en materia arquitectónica, de forma colaborativa con voluntarios y comunidades locales, y que luego las dona a los sistemas de educación pública del lugar. Ya hay edificios así en Jaureguiberry (Uruguay), Mar Chiquita (Argentina) y Lo Zárate (Chile), y avanzan los preparativos para comenzar dos más, en Colombia y Perú, en 2021. También hay un módulo (aula sustentable) en Uruguay (Centro Agustín Ferreiro) y dos próximas a construirse en Tacuarembó (Uruguay) y Concordia (Argentina).

Me interesa saber si estas escuelas también son «innovadoras» o transformadoras en el nivel de la pedagogía. ¿Qué sucede dentro de ellas una vez terminadas? Para eso hablé con Martín Espósito, el Director General, y con Ana Kondakjian, una de sus coordinadoras. «Vamos encontrando el sentido. Lo que hacemos más allá de la construcción fue cambiando desde Jaureguiberry hasta ahora, en Chile. Pero el objetivo es siempre el mismo: que las personas lo sientan propio, que sea un proceso donde podamos en conjunto darle una mirada ambiental a la currícula de los niveles Inicial y Primaria del país donde están», me dice Martín. «Queremos que sea un gen que se meta dentro de la identidad de la escuela más allá de ser una herramienta pedagógica con disparadores como el huerto, el sistema hídrico y energético en las distintas materias», subraya.

Martín dice que quieren volver cada vez más local al programa, para que los proyectos tengan la reinterpretación de las necesidades puntuales de su contexto. Otro de los objetivos es lograr vincularlas en red, junto con otras escuelas, para aumentar su potencia. Le pregunto acerca de las dificultades, y menciona el hecho de que la rotación de autoridades y docentes en la escuela estatal a veces incide, la distancia entre la jerarquía educativa y los directores de escuela, la lejanía de las soluciones locales. «Por eso ahora tratamos de entregar herramientas de autogestión y de seleccionar comunidades que ya venían pidiendo o construyendo un proyecto de sustentabilidad«. Así fue en Chile, donde se postularon 50. «La que resultó elegida es una comunidad más preparada, organizada, que luchó por esa designación, que ya tiene la base sobre la que queremos seguir trabajando», remarcó.

Sobre el funcionamiento de la entidad en general, me cuenta que son una organización sin fines de lucro con personería jurídica privada en Uruguay y una asociación civil en Argentina. Reciben apoyo de privados y sponsors de otros países. Lideran todas las etapas de los proyectos en procesos cortos, para no perder fondos, y usan materiales que se consiguen localmente y resultan económicos. Trabajan en conjunto con estudios sustentables locales y secretarías de educación de las regiones. Alrededor de cada construcción se genera un pequeño hervidero de creatividad y cooperación: clases teóricas para un grupo de voluntarios mientras otros construyen, un camping y comedor, tertulias, cursos abiertos y hasta residencias artísticas para problematizar el curriculum. Debido al alcance y la salud del movimiento, Martín cree que «Una escuela sustentable» puede terminar siendo una plataforma para impulsar proyectos, incluso de otras organizaciones o personas.

La escuela sustentable de Colombia se hará en la región de Antioquía; ya trabajan con la secretaría educativa de allá para preparar el llamado a concurso. Para la versión en Chile trabajaron con el estudio participativo de arquitectura «AlBorde», de Ecuador. En Argentina, en alianza con la Cooperativa Caminantes y el Club de Reparadores local. Van a llegar también a Perú, en la zona de Lima metropolitana, por el interés de la dirección de escuela de allí y junto a Semillas Perú, un estudio especialista en cooperación, desarrollo y artesanía.

La otra pata del movimiento es el programa «Aula escuela plus»: domos geodésicos para la educación ambiental, con sus propios dispositivos, fichas técnicas y pedagógicas. A la que ya funciona en Tacuarembó asisten unas 32 escuelas que la visitan durante el año. También son centros de formación, trabajando con docentes y técnicos de producción familiar con la mirada de la agroecología. Y, aclaran, también están abiertas a actividades culturales que pueda proponer la comunidad. Para la construcción del aula de Concordia trabajan codo a codo con la organización Luz del Ibirá, miembro entrerriano del colectivo Educación Transformativa en Red (ETER).

Con Ana Kondakjian nos «sentamos» virtualmente a conversar sobre la cuestión más estrictamente «educativa». Diseñadora industrial, ambientalista autodidacta, confiesa que al principio se puso mucho foco en el edificio. «Pero queremos ayudar a transformar también hacia adentro, y en eso ayuda que ya en Chile no se le impuso el proyecto a una escuela sino que se postularon instituciones que ya tenían ese trabajo e interés. Creo que la transformación no tiene que ver con un cambio en los contenidos, sino con mirar todo en clave ambiental. Pueden trabajar la perspectiva desde cualquier materia, pero quizás sea mejor por proyectos, y el edificio en eso ofrece sistemas que dispara temas: agua, energía residuos. La transformación pedagógica está en cómo los niños, las niñas y los docentes habitan ese edificio, y lo mismo hacia afuera», explica. «Más allá de lo educativo formal, creo que esos 45 días de construcción relanzan todo, incluida la vocación de los docentes. La construcción para nosotros es una excusa para poner en agenda los temas de los que queremos hablar. ¿Qué hacemos desde la escuela que tenemos hoy?», resume.

También me cuenta que están empezando a conectar entre sí a los y las docentes de las tres escuelas sustentables, para trabajar en forma virtual y ver si sale algo conjunto. Aunque, en general, las escuelas ya tenían sus redes. Ana tiene una respuesta para mi preocupación por las políticas educativas ambientales vacías. «Hoy en día la educación ambiental quedó vaciada de sentido. Ahora armamos un equipo formador de formadores donde interactúan la biología con la educación y la permacultura. Nos guía el pensamiento ambiental latinoamericano, la mirada situada y transformadora, mezclado con un enfoque de derechos lo mas holístico que se pueda. También, el movimiento de regeneración, donde cada uno aporta desde diferentes ámbitos. Igual, nosotros no proponemos un enfoque pedagógico, eso depende de cada escuela y de si cada país reconoce o no otras pedagogías. Yo, personalmente, la que más investigué es la Reggio Emilia, aunque creo que no hay manual, ni secuencias didácticas, ni recetas», aclara.

A nivel constructivo las escuelas sustentables deben cumplir las mismas normas que cualquiera. «Esa habilitación a veces es lo más difícil, por eso explicamos que son antisísimicas y todas las otras ventajas. También hay normativas para el clorado del agua, y en Mar Chiquita llevó dos años que la escuela pudiera inyectar energía sobrante a la red de la cooperativa eléctrica. En parte por eso trabajamos en zonas rurales, donde los espacios físicos tienen otros requerimientos», explica Ana. Camino a la construcción de la cuarta y la quinta escuela, el equipo está dando gran importancia al proceso de reflexión. «Desde ahora tenemos más conversaciones con los ministerios de educación para intentar que los equipos directivos involucrados permanezcan. Y a partir de Chile también implementamos la firma de un compromiso para el cuidado y la atención de la escuela, con los directivos y las autoridades».

Más información, fotos y videos en: https://www.facebook.com/unaescuelasustentable/?ref=page_internal

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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1 Respuesta

  1. 11 de febrero de 2022

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