¿Qué están haciendo niñas y niños en este mundo donde la escuela dejó de ser un edificio?

La escuela está impedida de ser en un espacio físico. Entonces, brutalmente o con sutileza según el caso, la educación se ha filtrado por todas partes, tan contagiosa e invisible como el propio virus. Yo aprovecho y me dedico especialmente a registrar qué ha provocado este quiebre en los niños y las niñas de mi entorno. Hay reacciones tan variadas como personas en el mundo, pero es posible ver algunas constantes. Muchas familias han dejado de correr por las mañanas para salir a «educarse en la escuela», con todo lo que eso implica: desayunos incompletos, peleas para vestirse, sincronización con los horarios laborales, caos en el tránsito. Ya no veo a los deambuladores con sus mamaderas o sus ositos de peluche colgando a las 7.30 de la mañana, por las veredas de la ciudad. También han desaparecido los «dolores de panza» del domingo, un síntoma que hasta ha sido estudiado por los pediatras como símbolo de la angustia de separación.

«Gracias a la cuarentena porque no tenés que ir a trabajar«, le dijo F. de tres años a su mamá cuando los días de aislamiento obligatorio fueron avanzando. «Yo sólo extraño los cumpleaños», respondió su hermano de seis cuando le preguntó si extrañaba la escuela. Mientras, K. está en segundo grado de un colegio bilingue y doble escolaridad en la ciudad de Buenos Aires. A los dos meses de cuarentena le dijo a su mamá que ya no quería hacer las tareas, sólo las clases por Zoom. Ella me cuenta que están muy conformes con la escuela, que los tratan muy bien, pero que ahora que perdió la estructura se les hace muy difícil seguir el ritmo, porque dan temas nuevos y necesitarían todo el día haciendo tarea para avanzar. «Empezaron de a poco y después arrancaron con todo». Me llamó para consultarme qué hacer, y le sugerí lo más lógico: que los padres y las madres hablen con los directivos y les cuenten cómo lo están viviendo. Unos días después me contó que este mismo reclamo se había dado en otros grados, y que lo que terminó pasando es que empezaron a agruparlos por nivel de aprendizaje real en cada área para darles apoyo en lo que necesitaba cada uno.

Cuando pedí testimonios para esta nota en mis redes sociales, Marina, que vive en la provincia de Buenos Aires, me contó que es docente de nivel Inicial y tiene una hija de 20 y otra de 8. «Vivimos en un lugar muy lindo pero no alcanza, la socialización es importante. Me pregunto todos los días a quién le importa qué piensan y sienten los niños cuando los padres les quitaban las pantallas diciéndoles lo mal que les hacía, y ahora cambian el mensaje diciéndoles que son buenas y obligatorias para hacer las tareas», se lamenta. «Mi hija menor comenzó terapia online, es demasiado lo que el colegio exige. Yo decidí que ella entregará lo que puede, no voy a dejarla llorar frente a una pantalla porque la docente no maneja la tecnología y no sabe cómo hacer para que participen». «La base de ella de educación formal es la socialización y eso no lo da el Zoom. Por eso nos adaptamos con nuestras reglas, cada cuarentena es diferente y cada familia vive su propio encierro. Hay que empezar a pensar en qué les pasa a los nenes y adolescentes porque dentro de unos años estaremos lamentando personalidades llenas de temores, ansiedad e inseguridades». Cuando le sugerí lo mismo, hablar con la escuela, me contó que ya lo había hecho, pero se encontró con que la mayoría de los padres de ese colegio exigen un determinado «nivel». «Por eso armé mi propia rutina en conjunto con la psicóloga y priorizamos las clases de danza clásica dónde mi hija canaliza sus emociones; el arte es fundamental en estos tiempos», concluyó.

Dante y una de sus creaciones en cuarentena.

María es la mamá de Felipe, de seis años. «Él está muy bien, todos estamos más tranquilos. Trabajamos con el material didáctico que manda el Ministerio de Educación de la Nación. En dos meses aprendió a leer y escribir, con mucha naturalidad e invirtiendo muy poco tiempo en ello. Esta experiencia me deja pensando en la posibilidad de que aprenda en casa. A él le gustaría que la escuela no vuelva jamás«, me escribió. Mariel, por su parte, me contó que su hijo va a una escuela privada que trabaja desde la «Educación por el Arte». «Más allá de la moda actual de la inteligencia emocional, trabaja desde el saber que, como individuos, somos seres sensibles además de pensantes, imbuidos en un contexto sociocultural y socio económico, donde la naturaleza es parte fundamental de nuestras vidas cotidianas. Es decir, reconociendo que tenemos capacidades y aprendizajes científicos, sensoriales, emocionales. Todos los años trabajan con un  proyecto transversal y este año, en 5° grado, es sobre poesía. Así que ahí anda, leyendo mucho a Borges, Girondo, etc. Es una escuela distinta y nos hacen pasar el confinamiento bien acompañados, sin sobreexigencias, con encuentros por Zoom de distintas materias y una actividad o dos de Classroom por día», describe. «Una vez cada 15 días el encuentro es lúdico. Y ese día es muy esperado por mi hijo», termina.

Zoe vive en Buenos Aires, tiene 13 años, y me escribió ella misma. «Este año empecé primer año de la secundaria. Voy a una escuela que es también conservatorio de música. Sólo llegué a ir 3 semanas, contando la “adaptación” de primer año. La verdad es que la escuela no se ajusta muy bien a la cuarentena, solo tengo un profesor que sabe manejar bien el dar clases a distancia. Yo no estoy aprendiendo nada, es resolver trabajos prácticos, pero sin explicación», me dice en el texto que compartió por Drive. «Como yo, además de las materias normales, tengo conservatorio, se me complica bastante. En mi caso necesito más atención, porque no es algo que esté acostumbrada a estudiar». Agrega también que «más allá de la escuela, la cuarentena la estoy llevando bien, pero me molesta no poder ir al parque a andar una vuelta en bicicleta (yo iba a la escuela todos los días en bicicleta). Estoy teniendo varios dolores, que yo creo que son por la falta de ejercicio. Pero como no podemos salir intento cuando voy a comprar hacer unas cuadras de más en bicicleta para no perder la costumbre, pero aun así me faltan varias cuadras para compensar lo que no estoy andando por la cuarentena».

Como les pasa a otras personas del mundillo de la educación alternativa o fuera de la escuela, las consultas sobre esta opción están aumentando. Ya lo mostré en esta nota con los resultados de mi primera encuesta: muchas familias están aprovechando este año para hacer la prueba. Las incertidumbres van aflojando a medida que pasan los meses y ven cómo sus hijos e hijas y ellos mismos pueden organizarse y aprender igual, pero distinto. Los límites y las expectativas se hacen más realistas, incluso aunque hayan estado años replanteándose la educación escolar. Los propios niños están experimentando un mundo sin escuela o, como dicen algunos, un mundo que les deja lo peor de la escuela: las tareas. Y aunque es cierto que muchos quieren volver, ¿se preguntaron realmente por qué? ¿Porque no conocen otra cosa, otra escuela posible? ¿Porque confían en que lo que sus padres deciden para ellos debería ser algo bueno? ¿Porque quieren volver a ver a sus amigos, lo mejor de la escuela? En todo caso, como bien le explicó F. a su mamá: «El tema de la escuela nunca fueron las clases. Es como en «The Walking Dead», el tema no son los zombies». La trama de fondo son las clases, pero la historia principal siempre es el recreo.

Una situación inusual que raya la tragicomedia es el caso de los chicos y las chicas que este año eligieron probar la escuela después de haber estado desescolarizados. Unos pocos días de clase y ¡zás!, a casa otra vez. Mi hijo empezó secundaria el año pasado a pedido mío, para probar la escuela que jamás había pisado. Esta año decidiría él, y quiso seguir, pero en otra. Se organizó bastante rápido en la virtualidad, y aunque es flexible y parece atenta a las realidades de las familias, reproduce el aula presencial en todo. Él cumple con lo necesario y se encuentra con sus amigos de carne y hueso y algunos nuevos, virtuales, principalmente en Roblox. En horarios insólitos. Le ofrecimos volver al viejo y querido unschooling si prefería, pero nos dijo claramente que quiere estar en un grupo de compañeros cuando la «escuela edificio» vuelva.

No abundan las encuestas donde sentir la voz de niños, niñas y jóvenes durante el aislamiento, pero aquí les dejamos algunas. Ésta, con opiniones de adolescentes en la ciudad de Buenos Aires: http://www.sociales.uba.ar/wp-content/blogs.dir/219/files/2020/05/Informe-Jovenes-en-casa-durante-la-cuarentena-Silvia-Tapia-CONICET-IIGG-UBA.pdf. O esta otra que organizó la Red Argentina de la Ciudad de los Niños y de las Niñas: https://www.facebook.com/redargentinaciudades/. Y ésta, de Pachamamita Libros, donde todavía pueden mandar sus mensajes para después escucharse en la radio.

Imágenes: la ilustración de portada de niños y niñas disfrazados de perritos para poder salir en cuarentena es de Clara Lagos. Ella dirige un Club de Historietas que acompaña de manera respetuosa a quienes quieren explorar esta veta del dibujo. Su Instagram es: https://www.instagram.com/clubdehistorietas/

«Virus, ¿me estás tomando el pelo?», la historieta de Isabel, de seis años.


Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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