Abrió en Casilda, Santa Fe, «Infantium Montessori». Lejos de las grandes ciudades y lejos también de las restricciones que impone adaptar un método personalizado a las lógicas económicas y estandarizadas del sistema educativo formal. En sus credenciales virtuales se presenta como «Centro de Educación Montessori Bilingue de 0-99 años. Con inscripción abierta todo el año. Terapia sin etiquetas».
La mayoría de las veces, para contar un proyecto educativo hace falta conocer las biografías de las personas que están detrás. No es una excepción Carolina Marani, trabajadora social, mamá de cinco, educadora en casa y guía Montessori (AMI), que hoy concretó su forma de entender el método en su ciudad natal.
Hasta ahí viaja cada día con sus hijos desde Funes, donde vive, que es epicentro del boom de escuelas Montessori en la provincia y, se podría decir, del país. Las buscó para su primera hija, que hoy tiene 10. Sin embargo, tras una corta experiencia por esos espacios institucionales que surgían al mismo tiempo que nacían sus hijos. Había algo que no le cerraba de la versión escolarizada del método.
“Me ha tocado trabajar en escuelas tradicionales de distinto tipo, estuve involucrada en la fundación de escuelas públicas, privadas, pero conocí esta pedagogía porque buscaba algo distinto desde el nacimiento de mi primera hija. Era lo que me hubiera gustado para mí como alumna, porque no me encontré yo misma en la escuela tradicional. Y contrario a lo que suele pasar, que es percibida como algo elitista, como algo que que requiere de cierta estética, tiene mucho para ofrecer como filosofía de vida”, me dijo cuando comenzamos la entrevista.
-¿Qué es lo que querías hacer distinto?
-En un momento nos dimos cuenta de que había una cuestión con la formalidad, con cómo cambiaban algunas cosas al momento de llevarlo a lo masivo, a incorporar mucha cantidad de alumnos, al querer ser rentable y encuadrar en la normativa. Fue en ese punto que quise estudiar yo el método. Estaba embarazada de mi cuarta bebé, y con mucho apoyo familiar, primero estudié como asistente y después como guía. Es una carrera muy esforzada, más allá del costo, porque requiere de muchos meses de práctica y observación. Viajaba con una amiga que me cuidaba a la bebé mientras hacía el curso.
-Ahí arrancaste con la educación en casa.
-Sí. Hicimos un primer proyecto en casa, del que después me retiré por diferencias de criterio. Volví al homeschool, que para mí es una de las mejores experiencias. Y mientras vivimos en casa la educación Montessori, empecé a acompañar a otras familias que hoy no están encontrando a su alrededor el espacio adecuado.
-¿Cómo definirías entonces tu mirada y tu práctica Montessori?
-Yo no quiero un Montessori elitista, que elija cierta forma porque le quede cómodo. Quiero un Montessori inclusivo. Es cierto que es importante el proceso del armado del grupo para balancear, por ejemplo, las edades porque es un espacio no graduado.
-A qué te referís con inclusivo: ¿a la neurodivergencia, la discapacidad, el aspecto socioeconómico?
-Me refiero a todas esas cosas. Hoy en día nombramos y hablamos de todas las minorías, todo está sobre la mesa. Pero se nos está pasando que los chicos están siendo abandonados o considerados como algo negativo. Lugares que no aceptan chicos, resistencia a su presencia, porque hacen ruido o se mueven. Incluso, hacemos a veces cosas con los niños que no haríamos con otros adultos. En un espacio público como puede haber un perro que ladra, puede haber un niño que llora.
-Pareciera que lograste integrar tus diferentes roles y visiones como mamá, educadora y trabajadora social.
-Sí, mientras empecé a hacer homeschool con mis hijos resurgió reforzar lo profesional. Este año acompañé a cerca de cien familias que hoy no están encontrando a su alrededor el espacio adecuado para sus hijos. No es que la escuela no sea buena en general ni que hacer educación en casa sea la mejor opción para todo el mundo, se trata de que cada familia pueda encontrar la mejor opción educativa. Tenés familias que viven en en un pueblo de 1500 habitantes y la pasan mal en la única escuela, y otras que viven en ciudades muy grandes con muchas opciones pero que tampoco le funcionan.
Así también surgió “Infantium”, con la idea de hacer algo Montessori pero que realmente contemple todo lo que no se puede plasmar en estas escuelas. Yo quiero plasmar mi forma personal de ver la inclusión y el sostenimiento de la metodología, y es me involucra como mamá y como profesional a la vez. No creo que haya una sola manera y tampoco una que sea mejor, pero sí creo que uno debe apostar a sus sueños y creencias.
-¿Qué es lo que en Infantium te permitís hacer?
-Yo me imaginaba una escuela Montessori donde los niños tengan otras libertades, donde realmente se aplique la metodología como yo la veía en los libros de ella. Estamos en ese camino de poder hacerlo, evitando que ciertas formalidades y burocracias interfieran.
En nuestras reuniones de equipo siempre repito lo mismo: hay dos filtros para cualquier decisión que podamos tomar, ya sea esa pequeñita y cotidiana, hasta las importantes y estructurales. La primera es ¿cuál es el propósito? Todo lo que hacemos tiene que tener un propósito claro y fundado. No podemos hacer las cosas porque queremos mostrarle al padre, porque es más cómodo o más barato.
En segundo lugar, ¿es bueno para el niño? Esa pregunta es importantísima, porque cuando nos empezamos a dar cuenta, la gran mayoría de las decisiones que se toman en muchas de las instituciones educativas tienen que ver con la burocracia, con la bajada ministerial, con comodidades adultas. Que no vayan afuera o al baño porque no los puedo cuidar; quédense sentados y quietos; aprendan todos lo mismo y al mismo tiempo porque así yo bajo una sola línea de contenido, son todas cosas que no están pensadas para el bien de el niño.
-¿Cómo los recibe Casilda, donde supongo que son la única opción de este tipo?
-Claro, estamos todos en adaptación en Casilda, que es una hermosa ciudad de 60 mil habitantes que no tenía nada parecido. Me gusta la idea de sacar a Montessori de los centros urbanos o lugares donde hay buen poder adquisitivo.
Entonces, estamos creciendo de a poquito y con grupos chicos, porque todos son nuevos. Después, lo enriquecedor del método es que como vos tenés tres edades juntas, se da la posibilidad de que ese nene que va creciendo cumpla diferentes roles a medida que conocen. Las familias llegan porque, aunque sus hijos vayan a una escuela común, les pica este bichito de la curiosidad y sienten que puede complementar. Hay familias que no están satisfechas con cómo sus hijos adquieren los conocimientos, que están seguras de que la forma de aprender del niño es otra, pero no hay opciones. Acá se encuentran con un espacio respetuoso donde reforzar habilidades. También es un espacio ideal para quienes tienen intereses muy profundos que no tienen tiempo de desarrollar en la escuela, que les da un ratito de Lengua, un ratito de Matemáticas, un ratito un ratito de cada cosa. Acá logran expresar esos intereses y conectarlos con todo lo demás, aprenden el mundo como un todo. Muchas veces les obligamos a los chicos a dedicar gran parte de su día a cosas que para ellos no tienen sentido.
-¿Qué edades y dinámicas hay en este momento?
-Tenemos el Nido, de 0 a 3 años. Y el de Sapienza, de 4 a 14 años. En turnos de mañana y tarde. El ambiente de Nido fue pensado para que pueda encontrar todo lo que necesita para su desarrollo sin que seamos nosotros los adultos que tengamos que ir frenándolo porque puede explorar eh tranquilo. Esos bebés pueden desarrollarse de manera fisiológica, donde no es el adulto el que estimula, cantando, haciendo gestos o llamando su atención todo el tiempo. Acá se respeta la concentración: si hay un niño que está mirando una cosita pequeñita o tratando de embocar algo, no se lo molesta.
En ambos ambientes hay dos docentes, una que habla en español y otra que habla en inglés. Es una propuesta bilingüe, pero de inmersión, para que puedan escuchar permanentemente a una persona hablando en otro idioma. También, pueden trabajar adentro o afuera, salvo condiciones extremas.
-¿Cómo se formó el equipo?
-Las docentes o tienen formación Montessori o en fisiología infantil, cultura, antropología o incluso en pedagogía Waldorf. Son docentes que se han hecho un camino, porque muchas iniciamos desde lo tradicional y llegamos acá después de una búsqueda personal y profesional muy fuerte. Como equipo, el filtro es el respeto y que tenga la convicción de que el niño es el maestro.
-¿Y si el día de mañana existe la posibilidad o necesidad de que sea una escuela?
-La idea está, a futuro, pero luego de hacer un camino. Me encantaría poder conseguir un aval ministerial sin perder la esencia Montessori. La currícula se va a ir implementando en cada niño, según cómo lo necesite. Hay que saber cómo plantarse, y en eso me tengo fe porque como he tenido la la suerte de de trabajar mucho con el ministerio, creo que se podría llegar a lograr. Pero hay cuestiones innegociables, y si no se dan, nos quedamos así.
-Tu recorrido indica que apostás más a la educación no formal o informal que a las instituciones formales.
-Es que lo he visto funcionar. En las escuelas libres o vivas, en entornos rurales o de pueblos chicos, incluso como trabajadora social de la niñez, en el terreno. Vi cómo se gestan en los barrios esos espacios de educación informal, espontáneos. Vi cómo, muchas veces, resultan más que cualquier otra cosa en el sostenimiento, en la identidad, en la pertenencia y en el aprendizaje también. Los chicos lograban en una tarde, con un papá, un profesor, un voluntario, más que meses y meses de escolaridad. Porque la misma estructura era la que impedía, ni siquiera las personas, porque no se centraban en el verdadero objetivo, que es ver qué necesita el niño.
-Tu esfuerzo es enorme. Pero pareciera que le gana tu propósito.
-A veces el caos existe y te sentís tentada de tomar decisiones tradicionales, en el mal sentido de la palabra, por conocidas y aparentemente seguras. Pero de golpe te das cuenta que si confiás, todo los lleva a la autodisciplina, que es la verdadera herramienta para la vida, ¿no? Si nosotros los queremos colonizar todo el tiempo, después vamos a tener chicos que van a depender del adulto, y si no dependen del adulto, pues van a depender de las instituciones. Y es muy difícil terminar desandando un camino en la adultez. Estos chicos ya directamente se conocen de otra manera cuando llegan a grandes. Creo que que vale la pena a pesar de que hay mucha mucha presión social, mucha opinión.
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