Si la escuela no te deja decidir qué aprender, ni hablar de elegir a tus maestros. Todos nosotros recordamos a los que nos hacían sentir bien o eran buenos en lo que enseñaban, tanto como que los malos tenían ese enorme poder de volvernos indiferentes u odiar algo que de otra forma podría habernos interesado. No hace falta ser expertos en educación para saber que hay algo de eso que está muy mal.
El sistema educativo tradicional está apoyado sobre las motivaciones externas: notas (que son premios y castigos), curriculums (diseñados por adultos y basados en sus expectativas e intereses) y maestros. Los buenos maestros tienen a oportunidad de ser al menos buenos motivadores, pero son también parte de ese curriculum oculto de la escuela que los obliga a adaptarse a un programa y no a las personas que tiene delante. El aprendizaje real y significativo, en cambio, se apoya en la motivación interna. Esta verdad biológica de perogrullo que todos sentimos adentro como una ola de calor cuando aprendemos, y que aún no logra permear al sistema, como tampoco el rol de las emociones y las distintas funciones de la atención. Los maestros pueden administrar la información, pero jamás son los responsables del conocimiento, porque eso es un asunto personalísimo de cada uno que aprende.
Muchos defensores de la escuela como el lugar exclusivo de la instrucción están equivocados. En la infancia y la primera juventud es imposible separar el aprendizaje del desarrollo biológico, y por eso el rol del maestro es mucho más delicado. A medida que llegamos a la adultez podemos dominar mucho más nuestras emociones y nos tornamos más tolerantes y un poco menos frágiles ante los malos profesores. No dejen de leer este texto brillante de John Moravec donde recuerda que el maestro y profesor de aula es heredero directo del cura y el pastor cuando las iglesias, católica y protestante, fundaron el antecedente de la escuela mientras impartían su doctrina. Luego, los estados nacionales incipientes y la producción en serie hicieron lo suyo y el modelo se replicó de forma masiva. El conductismo y las instituciones de control también contagiaron los orígenes de la escuela, que para mí es el tercer gran experimento social vigente junto con las religiones y el Estado.
¿Es lógico pensar que podamos elegir a nuestros maestros? En algunas facultades hay diferentes cátedras para una misma disciplina y materias optativas que muchas veces se eligen por los rumores que corren sobre la calidad del profe, pero lo cierto es que en el sistema obligatorio y graduado tal como está es antieconómico. Las escuelas libres y democráticas no tienen más recursos -al menos mientras sigan obligadas a vivir en la clandestinidad- pero ofrecen guías, profesores o voluntarios con distintas afinidades y especialidades, en proporción general de uno cada diez niños. Suelen ser personas que eligen con convicción estar ahí, donde el trabajo es mucho más difícil porque hay que reinventarse cada día, aceptar la autonomía de los chicos, ser doblemente creativos y pacientes.
Además, como los recorridos de aprendizaje los eligen tanto niños como adultos, tienen la posibilidad de interactuar de una forma mucho más flexible en el espacio y en el tiempo. Incluso, pueden combinar el aprendizaje autodidacta con las indicaciones de diferentes maestros y en diferentes etapas. En las escuelas democráticas de Hadera y Sudbury Valley los estudiantes hasta pueden evaluar a sus profesores en sus asambleas, a fin de año o antes de una contratación.
Los unschoolers, que son aprendices de la vida, también tienen más libertad para elegir la persona con la que aprenden o ir cambiando. Nos pasó con Vito y el piano. Su primer contacto fue con el de juguete que le regaló su tía Silvia y causó furor. Lo dejábamos siempre a mano en el living o el comedor para que estuviera listo. Así, adquirió un nuevo lenguaje, que para mí tenía la misma importancia que sus juegos, su cuerpo o sus palabras. Más tarde, en Tierra Fértil una de las madres, Ana, llevó el suyo. Algunos empezaron a acercarse y los días que ella estaba se quedaba por ahí enseñando a quien quisiera. Así, la aproximación fue totalmente lúdica y placentera, como uno de los cien lenguajes de los niños para expresarse, diría Loris Malaguzzi. Algunos se interesaban y otros no, y los que sí fueron guiados en la medida justa del interés y sin presiones de obtener resultados o calificaciones. Después, Paz y Marina, también madres del proyecto, hicieron lo suyo con la misma actitud.
Más o menos por esa época encontró en su tableta un programa para componer, Garage Band y se largó a hacer temas propios que más tarde usó para los videos que hacía sobre su pasión reciente, las Nerf. El interés en el piano seguía firme, aunque nunca intenso ni febril, así que le pregunté y decidimos comprar un teclado para tener en casa. Por primera vez yo pensé en contratar un profesor: quería uno que tuviera incorporado el enfoque del autoaprendizaje pero no había. Finalmente encontramos un vecino y el acuerdo que hice con Vito fue probar y que él mismo decidiera hasta dónde llegar. Fueron varios meses y un día me pidió dejar.
También dejó de tocar con frecuencia. Para ese entonces nos habíamos quedado sin piano en Tierra Fértil, así que decidí llevar el nuestro pensando en devolverle al instrumento ese halo de disponibilidad e invitación que tienen en un ambiente preparado, relajado y habitado por pares. Y le propuse a Ale, padre del proyecto y músico popular, que le enseñara una vez por semana. Vito volvió a tocar y yo re-descubrí la magia del rol de los maestros en la educación libre: a veces se trata de acompañar al niño y otras es cuestión de acompañar un conocimiento o una propuesta para que los chicos se acerquen a él. Cuando hay pericia y nada de expectativas externas, el aprendizaje avanza sin límites y con mucha soltura.
El año pasado cantaba mucho y me pidió tomar clases con Belén, otra de las ex madres del proyecto. Hoy no toma clases ni de canto ni de piano, pero sigue cantando y toca más que nunca en distintos momentos del día. Tiene dos o tres temas que fue perfeccionando, incorporó acordes y ahora ejecuta con sentimiento. Yo no sé nada de piano, pero sí he aprendido de la educación en libertad muchos trucos para acompañarlo. Materiales disponibles, compañía física, ayuda para buscar recursos y nada de presión por los resultados, sólo el compromiso de tomar las clases que se pagan. Pienso que mi abuelo Joe Pat, que era pianista, estaría sorprendido por la forma en que aprendió.
Se necesitan más y más maestros con la perspectiva de la educación en libertad. Que tengan que ganarse la atención de sus estudiantes y sean cada día evaluados internamente por ellos, y no al revés. Yo sólo conozco el sistema educativo estatal, tanto por mí como por Vito, así que hablo de lo que vi. Y por lo que sé, no hay mecanismos para evaluar la verdadera idoneidad, y algunos malos maestros se perpetúan hasta jubilarse. Sabemos que en Argentina las condiciones son precarias, pero todas las profesiones y oficios tienen su ética, y la de los adultos que acompañan la fragilidad del alma infantil que está construyendo sus estructuras psíquicas debería estar doblemente asegurada.
Hace cuatro años mi antigua escuela en Buenos Aires festejó los 25 años de egresadas de nuestra camada 1990. Una profesora de educación física que ronda los 80 años tomó el micrófono y al final de su discurso pidió disculpas por si en algún momento había lastimado o hecho mal a alguien durante su carrera. Soledad estaba al lado mío, no nos veíamos desde los 12: nos miramos y en un susurro me contó cómo le tenía pánico a saltar en los cajones y ella la obligaba igual. Nadie le había pedido explicaciones, y lo más curioso es que la profesora de Matemáticas y ex directora que habló después se acopló al mea culpa y habló de las cosas que a veces se aprenden mucho tiempo después en el ejercicio de la carrera. Yo al menos les agradezco por ese acto de humildad que hicieron como posibles agresoras del alma infantil mucho antes de la era del me too.
Texto y fotos de Dolores Bulit
Me parece innovador y porque no dejar que la gente lo adopte.no veo el problema