Escuela & dislexia: ¿enemigos íntimos?

La actriz argentina Laura Novoa bailaba y cantaba en un programa de televisión cuando un jurado criticó su desempeño. Parece que su coach la animó y ella confesó al aire que tenía dislexia. Luego, dijo sentirse “sobreviviente de un sistema educativo que lo único que hace es a los niños diferentes lastimarlos y lastimarlos, por eso a mí me encanta levantar gente caída, sean artistas o no. Los maestros vienen y te lastiman”. “Lo que uno aprende es que las dificultades y los defectos que el sistema educativo ve como algo malo son, en realidad, grandes oportunidades. El sistema es muy dañino”. “La sociedad está estructurada de esa manera y es hora de deconstruirla para pensar en otro tipo de sistema», dijo sobre la dislexia, una condición neurológica que no solo afecta la lectoescritura, sino en general la decodificación fluida de cualquier símbolo del lenguaje, lo cual colapsa la mamoria de trabajo.

Hace dos años se reglamentó en Argentina la ley 27.306 que garantiza el derecho a la educación de las personas con Dificultades Específicas de Aprendizaje, como la dislexia. La reglamentación abarca tanto la cobertura de salud como las adaptaciones curriculares y la formación docente. “Estamos felices, ya no habrá más excusas para que se dé la cobertura de salud, porque se introduce la cobertura en el Programa Médico Obligatorio (PMO), y para que en las escuelas se hagan las adaptaciones correspondientes. La ley además dispone la obligatoriedad de la capacitación docente para la detección precoz”, expresó el pediatra Gustavo Abichacra, presidente de Disfam Argentina, cuando la ley que pelea desde sus inicios fue finalmente aterrizada. Cuando no estaba reglamentada, las obras sociales o las escuelas podían poner trabas. Según las declaraciones a Clarín de Cristina Lovari, coordinadora nacional de Educación Inclusiva del Ministerio de Educación de la Nación los docentes están siendo capacitados para ver señales tempranas. A partir de esta reglamentación, quienes necesiten tratamiento médico (por ejemplo, psicopedagoga, fonoaudióloga, terapia ocupacional) no tendrán limite de sesiones. Tampoco las personas con dislexia o alguna otra DEA deberán presentar más certificado de discapacidad o que les soliciten maestra integradora.

Sin embargo, los padecimientos en las escuelas continúan, tanto en las convencionales como las que declaran ofrecer educación personalizada, así que me propuse buscar testimonios actuales.

La experiencia de María Odriozola

Tiene 29 años y vive en Villa Gesell, provincia de Buenos Aires. «Me diagnosticaron dislexia en segundo grado, después de dos años de pasar por psicóloga y psicopedagoga, viajando una vez por semana a 120 km de mi ciudad», me cuenta «Maru» en nuestra conversación electrónica. «Cuando mis padres fueron al colegio a hablar con la directora y el cura -era un colegio privado y católico-, les dijeron que no estaba preparado para recibir a un chico con esos problemas. Así que me pasaron a uno nuevo, supuestamente más humano, aunque recibía agresiones constantes de maestros y compañeros». Para primero del Polimodal, María quiso volver al primero de sus colegios. «Yo quería volver a ese lugar de donde me habían echado y demostrar que sí podía. Fueron otros 3 años de lucha sin conseguir una sola adaptación. Lo que hice fue llevarme todas las materias para rendirlas en diciembre, porque era en la única instancia en que me tomaban oral, que era lo que yo necesitaba. Lo que sí conseguí fue una eximición de la materia Inglés, que logró el odio de mi profesora y mis compañeros», recuerda. Su año siguiente fue sabático. Había terminado con mucho estrés, pero en 2011 decidió reincidir y estudiar a pesar de todo. «Quería estudiar Psicopedagogía para poder entender y tener herramientas para plantarme con fundamentos frente a lo que necesitaba. Pero tampoco encontré ahí muchas adaptaciones por parte de los docentes, así que en 2014, faltándome un año de cursada, dejé y empecé Veterinaria. Ahí tenían un gabinete psicopedagógico, pero tampoco logré ninguna adaptación. Una profesora de matemáticas llegó incluso a decir que que ella me había ofrecido la adaptación para el examen y yo no la había querido. Esa mentira fue mi límite: luego de 3 años intentando, después de tanta frustración y con ganas de estudiar y de recibirme cambié a una tecnicatura. Pero antes de anotarme planteé mis necesidades: pregunté si me podían hacer las adaptaciones que yo necesitaba. ¡Y me dijeron que sí!», explica. «Después de 3 años de llevar la carrera completamente al día (en Tandil), viajé a Francia de intercambio, saqué el segundo mejor promedio y fui la primera en recibirme, con 26 años; algo que pensaba imposible». «El día que rendí la última materia le pedí a mi familia que no fuera, por miedo a no aprobar. Me arrepiento, pero ese miedo siempre está. Hoy, 2021, estoy terminando el Tramo Pedagógico para poder incursionar en el ámbito escolar y poder ayudar a esos chicos».

La experiencia de Cecilia Cerri y Agustín

«Yo tuve un hijo que empezó a desarrollar el lenguaje en forma tardía. Creía que ése había sido el comienzo, pero más adelante descubrí que era solo el primer indicio de algo que había comenzado en mi infancia. La dislexia es hereditaria». Así empieza su historia Cecilia, que me escribió respondiendo a mi búsqueda de testimonios. Hoy, Cecilia es Contadora. «Mi hijo se expresaba con gestos y miradas, pero no decía palabras. Rápidamente llegaron los comentarios: ¿cuándo va hablar este nene?, o que si no habla es porque yo no lo estimulaba. Como siempre, todo lo relacionado con la crianza se atribuye a que la madre no hace lo que corresponde», se lamenta.
«Empecé a trasladar mi consulta a distintos profesionales hasta que llegué a una fonoaudióloga especialista en el desarrollo del lenguaje. Después de un mes, en el informe ella confirma de forma más profesional que la culpa de la falta de lenguaje era mía, porque le facilitaba las cosas cuando él pedía utilizando gestos, y que mi estado actual (yo estaba embarazada, a
punto de parir) complejizaba la situación», recuerda.

«Todo esto fue devastador. Pero, como si nada, él un día me miró y dijo: «Ma, quiero guitarra». Para mí era impensado que dijera oraciones; después de eso otra de sus primeras palabras fue «cocodrilo», y así, en tres meses, el habla se instaló cotidianamente. De hecho, en el jardín en los informes ponían que tenía un amplio vocabulario». Pero a medida que la escolaridad avanzaba, se presentaban nuevas dificultades. «En sala de tres empezaron a jugar con las letras, reconociendo la relación grafema – fonema. Pero él no prestaba atención y se iba de las rondas, comportándose de forma disruptiva. Lo cual nos llevó a consultas con psicólogos que, al verlo en consultorio, nos recomendaban cambiarlo de colegio. El caos llegó en primer grado, que fue cuando estalló su angustia. Desde los colegios el mensaje siempre era que tenía un problema de conducta: es disruptivo, no quiere aprender, puede pero no pone voluntad. Una directora me llegó a decir que tenía que ir a un psicólogo porque un día salió del aula, fue a la Dirección llorando y le dijo entre llanto y grito: «Yo no sabo leer». A mí no me pareció ni tierno ni gracioso, y creo que fue mi primer alerta. También recibió burlas del resto de los compañeros porque según el maestro él hacia el show de levantarse del escritorio e ir hasta el pizarrón para poder copiar.
Nuevamente, contra reloj, fue buscar otro colegio, porque levantaba fiebre y se descomponía cuando tenía que ir. En la puerta me pedía por favor que no lo llevara».

«En el nuevo colegio expliqué la situación y pensé que podrían ayudarme porque me dijeron que hacían una educación personalizada. Pero notaba que mientras todos los chicos estaban en las aulas, él jugaba solo en el parque. Y, lo más doloroso, había aprendido a decir respuestas automáticas cuando le preguntaba cómo le había ido. Hasta que un día salió nuevamente el enojo y salió llorando, lleno de congoja me dijo que no quería ir más al colegio porque «no soy inteligente como ellos, yo no
puedo aprender». Eso me hizo recordar a unas entrevistas que había visto de Gustavo Abichacra en la televisión por el mes de la Dislexia, y si bien el colegio me decía que él no tenía ningún problema de aprendizaje sino de conducta, yo quería saber qué pasaba, por qué mi hijo de 7 años me decía que no podía aprender. En ese mismo tiempo se estaba aprobando la Ley de Dislexia, pero todavía muchas provincias no adherían y los colegios no estaban obligados a hacer ninguna adecuación», recuerda.

«Con el diagnóstico en mano de Dislexia y Discalculia, ingenuamente fui al colegio para que podamos trabajar en conjunto y realizar las adecuaciones para que él no solo pudiera aprender, sino para que pueda ir reconstruyendo su autoestima. Me dijeron que sí, pero ninguna se concretó: ni siquiera la de usar un cuaderno rayado, porque consideraban que tenían que escribir en hoja lisa y de a poco, a su ritmo, el encontraría su margen. Lamentablemente no fueron del todo sinceros en que no iban a realizar
adecuaciones, y perdí un tiempo valioso porque lo peor es el impacto en su autoestima. Llegó el fracaso escolar y nuevamente psicólogas que volvían a
recomendar el cambio de escuela. Ahí empecé a contemplar opciones por fuera del sistema: ya no soportaba verlo sufrir, había empezado a decir que quería saltar al vacío, a preguntarse de qué iba a poder trabajar de grande sin tener que leer». «Volví a buscar colegio y llegó la pandemia. Trabajando en casa conmigo fuimos avanzando, hasta llegar a hoy, cuando se retorna a la presencialidad, y nuevamente me encuentro luchando por sus derechos, porque le dejen usar una tabla pitagórica para resolver las cuentas o le anticipen los textos para que los pueda trabajar en clase al igual que los demás. Siempre en la primer semana de clases presento informe de la psicopedagoga con las adecuaciones, completamente amparadas por la ley. Pero así y todo, llega un viernes y él sale triste del colegio porque la maestra les dio cuatro carillas para leer, y ante el pedido a la maestra de ayuda para que se lo lea, la respuesta es un NO».

«Esto desata el enojo. Es volver a casa triste sintiendo que rompió nuevamente un vínculo por su enojo, que hizo algo que estaba mal, pidiendo que lo perdonen, que no nos enojemos: una nueva confirmación de que el problema es él. Porque siempre se basa en su reacción, el problema es su enojo, nunca hay un análisis del por qué pasa esto, y cómo lo mejoramos. Aún en aquellos colegios que te hablan de ver la integridad del niñx, del aprendizaje personalizado, bla bla bla. Me pasé un fin de semana hablando con él, empoderando sus derechos a aprender de una forma diferente, utilizando las herramientas que sean que él
necesite, explicando que la inteligencia no es recordar la tabla del 8 o leer rápido, sino que la inteligencia es poder encontrar la mejor solución a un problema en un contexto que cambia continuamente. Con 10 años, lo único que se me ocurrió decir para que lo comprenda es que el colegio es como
querer correr una maratón con unas zapatillas 2 talles más chicos. Que él puede correr la maratón, que solo necesitamos encontrar la zapatilla del talle correcto para que a él no le duela esa carrera».

«Esa misma mañana me llega un mensaje donde pedían experiencias y me dije, ¿por qué no contarlo? Tal vez le sea interesante alguien como ese reportaje que un día me ayudó a mí. Junto con la dislexia de Agustín descubrí la mía, y recordé todo mi paso por la primaria, bastante
amargo, algo que tenía completamente bloqueado. Mi dislexia es más leve, y pasé por todo el sistema educativo sin diagnóstico, pero con la convicción de que yo no podía lograr lo mismo que los demás por falta de capacidad. Solo tenía que esforzarme más, y eso está escrito en todos mis boletines: trabajaste muy bien pero tenés que esforzarte más. Hoy sigo sintiendo esto en muchas situaciones, y trabajé en terapia por mi elevada autoexigencia.
Haberle podido poner un nombre a lo que me pasa ya me saca un peso de encima y lo vivo sin vergüenza, hasta lo más cotidiano de no distinguir derecha de izquierda correctamente o perderme en un camino. Ya es parte de mi viaje».

La experiencia de Mariano Dal Verme

Hoy Mariano pasa los 45, es artista plástico y montajista de obra en un museo de Buenos Aires. «Tenía diagnosticada una dislexia leve que me afecta sobre todo la escritura, no sé si hoy me diagnosticarían lo mismo. En primaria me costaba mucho concentrarme y me la pasaba dibujando, no sé si tanto afectado por eso u otros factores, que me cuesta definir. En secundaria me las arreglé mejor. Mis cuadernos estaban sin copiar, y no repetía porque tenia presión por pasar, por lo general me las arreglaba para estudiar en algún momento del año. Por cuestiones de conducta me dejaban «detenido» muchos sábados, como se decía en mi escuela. Que no servía para nada. Me gustaba bastante leer, pero eso me lo inculcaron más en casa que en el cole», me cuenta para esta nota.

Dislexia y aprendizaje, ¿cómo puedo ayudar?

. Dar prioridad a la oralidad, tanto en la enseñanza de contenidos como en las evaluaciones.
. ​Otorgar mayor cantidad de tiempo para la realización de tareas y/o evaluaciones.
. Asegurar que se han entendido las consignas.
. Evitar las exposiciones innecesarias en cuanto a la realización de lecturas en voz alta frente a sus compañeros.
. Evitar copiados extensos y/o dictados cuando esta actividad incida sobre alumnos con situaciones asociadas a la disgrafía.
. Facilitar el uso de ordenadores, calculadoras y tablas.
. Reconocer la necesidad de ajustar los procesos de evaluación a las singularidades de cada sujeto.
. Asumirse, todo el equipo docente institucional, como promotores de los derechos de niños, niñas, adolescentes y adultos, siendo que las contextualizaciones no implican otorgar ventajas en ellos frente a sus compañeros, sino ponerlos en igualdad de condiciones frente al derecho a la educación.

Fuente: Disfam

RECURSOS

Sobre la ley argentina de Dificultades Específicas del Aprendizaje y cómo hacerla valer: https://www.argentina.gob.ar/justicia/derechofacil/leysimple/dificultades-especificas-del-aprendizaje-dea

Red de asistencia legal y social

Editorial de libros que facilitan la lectura: Gerbera

Nueva Guía para entender la Dislexia

Dolores Bulit

Nací en la Ciudad de Buenos Aires en 1972. Mi educación formal ocurrió en el jardín Casa de los Niños fundado por Elena Frondizi, la Escuela Normal Nacional en Lenguas Vivas “John F. Kennedy” y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Mi educación no formal se amasó en una familia numerosa, presente, matriarcal en medio del patriarcado, de clase media profesional. Sin presiones curriculares o extracurriculares, con mucho tiempo y enorme oportunidad para el juego libre en la ciudad y en el campo. También me eduqué en mis empleos y en mis viajes, en mi pareja y con mi maternidad, con todas las personas que pasan por mi vida y a través de mi experiencia más reciente y transformadora con la gestación de Tierra Fértil, un espacio de aprendizaje basado en el juego y la autogestión con 8 años de historia.

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