Por la mañana trabajan en distintos ámbitos del sistema educativo. Por la tarde, abren las puertas de «Vuela el pez» y dan rienda suelta a todo lo que creen que aprender y enseñar debería ser. Como Clark Kent y su alterego Supermán. Ellas son Laura Viz, técnica en Medioambiente y mamá de dos, y Natalia Di Giacomo, profesora de Historia del Arte y mamá de tres. Como muchos otros espacios educativos, éste empezó como el sueño de unas madres buscando otro tipo de educación para sus hijos e hijas. Se abrieron camino en San Antonio Oeste, Río Negro, que vive de la pesca, del puerto que saca al mundo la producción del Valle y el turismo. Trato de instalarme mentalmente en esta ciudad costera de 20 mil habitantes a la hora en que los peces saltan fuera del agua. Veo el brillo de sus pieles y me imagino que cada uno es un proyecto educativo con su propio y energético impulso. De pronto, hay un horizonte con miles de luces alternándose en el aire. Qué maravilla.
«Vuela el pez» existe desde 2016. «Con nuestra experiencia dando talleres y clases, quisimos crear un espacio más afectuoso con les niñes. Nos fuimos encontrando en el camino con pedagogos que nos iban haciendo lindo ruido. Empezamos con 11 niñes de entre 3 y 6 en una casa alquilada. También estaban desde el principio nuestros hijes». Así arranca Laura nuestra conversación tempranera, desde su auto, antes de entrar a trabajar. Armaron una Asociación Civil, porque la personería jurídica «nos ayuda a conseguir cosas». Sus hijos iban creciendo y cada año se incorporaron más edades: en 2019 ya había hasta los 9 años, y este año hasta los 12. Hoy el espacio alberga a chicos y chicas de 3 a 12; hay 40 niños y niñas y 34 familias.
Imagino que gran parte de la potencia de esta propuesta es su amplitud: es abierta y gratuita. Me corrijo: no es gratuita para sus gestoras, que aportan su trabajo no remunerado cada tarde y cada fin de semana. Su dedicación no termina en el acompañamiento del espacio. Además, ofrecen capacitación a quienes quieran aprender esta otra mirada para acompañar la niñez, con teoría y prácticas de observación. «De esta manera nos aseguramos de tener personas que se adaptan a la pedagogía y puedan estar», explican.
Enseguida les hago la pregunta obvia sobre el marco normativo. «En principio logramos que nos declaren de interés municipal y provincial. En Río Negro tenemos unas leyes hermosas, entre ellas la de Gestión Social y Cooperativa. Pero cuando buscamos reconocimiento, nos quisieron meter en la gestión privada, y no queremos, porque si es como dice la ley, se debe garantizar la diversidad. Hasta que eso suceda, somos alumnos libres para el sistema. Cuando abrimos para las edades mayores a 6 nos empezaron a perseguir a nosotros y a las familias de manera intensa. Ahí nos dimos cuenta de que nuestra arma secreta era la resolución 2035 del año 2015, que contempla la figura de alumno libre, y se la mostramos a la supervisión. Se trata de una resolución anexa del Consejo Provincial de Educa de Río Negro que salió luego de la nueva ley de educación, que pone el objetivo gradual de que todas las escuelas tengan jornada completa. En la página 68 de las 70 habla de certificar estudios como alumnos libres».
-¿Cómo trabajan en «Vuela el pez»?
-Nuestro objetivo, como dice nuestro proyecto escrito, es promover infancias libres y felices. Al principio nos autodenominábamos «espacio de educación alternativa», y en el andar cambiamos el nombre por «espacio de aprendizajes». Uno va leyendo y cada autor que lee le hace mella. Nos basamos mucho en lo concreto de Montessori porque hizo materiales que están buenísimos, en los trienios… Pero fuimos modificando la relación entre el espacio y les niñes y guías. Ahora, como queremos llegar a más personas y homologarnos, pero la cabeza de la gente no está desescolarizada aún y necesita el papel, armamos un PEI en base al diseño curricular de la provincia y un acuerdo sobre cómo nos relacionamos, con les otres y con los aprendizajes. Ahora hacemos una jornada corta, de 15 a 18 horas, porque trabajamos por la mañana. Lo ideal para nosotras sería funcionar de 9 a 15 horas. Hacemos salidas, adaptamos el espacio a les niñes. Pero cuando nos dimos cuenta de que estaban adaptados lo suficiente, volvimos a confiar en ellos y empezamos a enfocarnos en los padres y madres, que son los que necesitan entender esta manera desescolarizada de ver el mundo. Con ellos y ellas hacemos encuentros los sábados.
-¿Cómo reaccionó la ciudad a la movida?
-Al principio fue: «Vi luz, te dejo el nene». También hicimos conversatorios, fuimos a la radio y empezó a acercarse gente que realmente estaba interesada una educación diferente. No hay condiciones para entrar, no se cobra cuota. Pero para financiarnos hacemos eventos de intercambio con colectivos culturales locales, campañas de crowdfounding. También instalamos una cuota de socios por 200 pesos, las familias pueden ser socias o atraer otros socios. Tenemos que ponernos de acuerdo para poder pagar el alquiler, así que cada uno que llega tiene que sumarse a alguna comisión de trabajo. Hay una red de emprendimientos amigos locales que le dan un 10% de descuento a los socios y hacemos un sorteo una vez al mes para beneficiarlos. Queremos que se entienda la dinámica del trabajo cooperativo. Queremos pelear ante el Ministerio con fundamentos, necesitamos convencerlos de que la Gestión Social y Cooperativa es lo mejor. Toda la construcción que hacemos apunta esa dirección. Como proyecto a mediano plazo queremos conseguir un terreno, construir una escuela sustentable y sumar chicos y chicas mayores de 12 años. Si para ese entonces no nos incorporan dentro de Gestión Social y Cooperativa, tenemos la herramienta de la «Escuela Secundaria Rionegrina», una propuesta realmente innovadora y hermosa que está contemplada que se pueda rendir libre.
-En la casuística de nuestros espacios «alternativos» se habla de que, a veces, conseguir la oficialización y reglamentación puede provocar que el proyecto pierda su esencia original. ¿Qué piensan de eso?
-Por esa razón no queremos entrar en la gestión de educación privada. No queremos una dinámica de kiosco que quizás no podamos sostener. Lo administrativo puede comerse lo pedagógico, teniendo que pagar sueldos y aportes como corresponde. Creemos que entrar por Gestión Social y Cooperativa va a ser muy aliviador, porque por la mañana trabajamos con un sueldo, a las 14.30 llegamos al espacio y cuando se van los chicos y las chicas arrancamos con las capacitaciones y las reuniones de comisiones. Cambiaría sustancialmente si el Ministerio se encargara de nuestro sueldo. Creemos que una vez que tengamos el PEI vamos a estar tranquilos. Creo que si nosotras tuviéramos disponibilidad 100% para esto, todo sería más veloz, claro.
-¿En qué medida sus hijos e hijas fueron los impulsores del proyecto?
-Ellos nos hacen abrir nuevos espacios, seguir avanzando. Es complejo desescolarizar solos. Sí, definitivamente ellos son el motor.
-¿Cómo se relacionan los docentes que los rodean con lo que hacen en «Vuela el pez»?
-Natalia: Yo trabajo en un secundario. No cuento mucho, pero cuando lo hago algunos pocos preguntan, aunque la mayoría piensa que es una escuela privada. Por eso, desde el principio hemos ido podando cosas en pos de una mejor comunicación.
-Laura: yo charlo hasta con las piedras, y eso nos da la pauta de cómo nos ven los colegas o los estudiantes del instituto de formación docente, por ejemplo. Yo explico que el espacio está abierto para quienes se forman en Educación, y ellos son muy curiosos. Este año empezamos las pasantías con 25 inscriptos; hay psicólogos sociales, maestras de primaria. El día que empiezan el mes de observación les estalla la cabeza. También tenemos discusiones con conocidos docentes porque entienden que somos elitistas, intentamos refutarlos y los invitamos a ir. Una vez que lo conocen, les gusta. Creo que también el proyecto le gusta a mucha gente porque hacemos mucha «joda». Tenemos peñas, un patio cultural para adultos, una feria navideña que les encanta a todos. Así se va sumando más gente. Es cierto, también, que a estos espacios como el nuestro se les hacen planteos más exigentes que a la escuela no le cuestionan.
-¿Qué autores, teorías o experiencias las nutren?
-Vamos leyendo y encontrando gente que nos asombra que hayan estado guardados en cajones tanto tiempo. Nos pasó con Montessori. Seguimos a Carlos Calvo Muñoz desde que vimos «La educación prohibida». Lo que hicieron Rebeca y Mauricio Wild, a Humberto Maturana… Este año encontramos a Claudio Duarte Quapper, un sociólogo chileno que habla de adultocentrismo. Si bien se dedica a juventudes, hace un muy buen análisis del adultocentrismo en la sociedad moderna y deja bien en claro cómo fue el proceso por el cuál dejamos de confiar en les niñes. También leemos a Freinet, leemos sobre autogestión. En general, nos inspira gente que siempre ha estado ahí…
-¿Están en red con otras experiencias educativas?
-En ese sentido la pandemia nos jugó una mala pasada, porque en el 2020 íbamos a ser las anfitrionas del encuentro «Pedagogías Abiertas del sur» (PAS). En 2017 nos incorporamos al mapa de Reevo (un mapeo colaborativo de experiencias transformadoras que surgió luego del gran interés mundial por el documental «La Educación Prohibida»). En diciembre de 2018 se hizo el primer PAS en Bahía Blanca y el segundo en Paso Córdova, Río Negro. Se armó un grupo lindo, seguimos en contacto, hay más experiencias más cerca de la cordillera, somos por ahora la única de la que sabemos en la costa atlántica rionegrina.
Para conocer más sobre «Vuela el pez», pueden visitar su sitio web www.vuelaelpez.com o el Instagram @vuela.el.pez. O ver este video:
Qué interesante experiencia! Fuerza que seguramente el Estado les va a reconocer la gestión social! Aguante el cooperativismo!